En Tamaulipas, como en el resto del país, la efervescencia preelectoral causa mareos. Casi vértigo.

Es natural, podría decirse. La madre de todas las elecciones, la que implica la sucesión presidencial, está en puerta. Menos de un año nos separa de conocer a la nueva máxima autoridad del país.

Junto a este escenario, que casi monopoliza la atención de políticos y ciudadanos, en nuestro Estado caminan en segundo lugar los relevos en el Senado, en las diputaciones federales y en las presidencias municipales.

Se entiende por qué atrae el Senado. Un escaño es una sólida antesala para suceder al gobernador en el Estado. Quien lo obtenga tendrá vía libre para recorrer Tamaulipas y hacer proselitismo encubierto o descarado hacia la silla principal del 15 Juárez.

Las alcaldías tienen otro fondo. Sólo en casos excepcionales sirven como escalón político y generalmente son el tigre de la rifa, dados los pobres resultados que casi todos los ediles entregan. Su encanto estriba en las arcas municipales, que aún en las comunidades más pequeñas suelen crear una generación de nuevos ricos cada tres años.

¿Pero qué pasa con las diputaciones locales?

Históricamente han sido los parientes pobres de las candidaturas, a menos que la curul tenga la etiqueta de líder de la Cámara. Para ser sinceros. en los hechos se les ve como premio de consolación o una cómoda beca por apretar un botón.

Pero en el 2024, pensar así sería un grave error en Tamaulipas. Sobre todo para la actual generación al mando.

Juzgue usted: El Poder Legislativo actual ha sido uno de los principales problemas políticos que enfrenta el gobernador Américo Villarreal Anaya en menos de un año de administración. Un día sí y otro también, sus planes de trabajo y de desarrollo son tapizados de espinas por el bloque opositor, cuyas voces críticas se solazan impunemente en mantener viva la presencia –e influencia– del ex Ejecutivo Francisco García Cabeza de Vaca, frente a una camada de Morena que como asienta la voz popular, parece no dar pie con bola.

Lance un vistazo a la actuación morenista y de su dirigente Ursula Salazar. Su estrategia, si así se le puede llamar, ha sido y es el señalamiento desbocado, la acusación sin pruebas, la discusión estéril y el ridículo como saldo, porque todo lo que dicen y hacen no pasa de una estridente vocinglería, que mantiene al panismo y a sus asociados en la cómoda postura de dejar que sus enemigos, como se dice coloquialmente, “se maten” solos.

Sume a lo anterior la pobreza en la presentación de iniciativas propias –la médula de su trabajo legislativo– que ha llevado a Morena al aberrante plagio de propuestas de otros partidos, como son los casos de la Ley Ganadera y la de la Guardia Estatal división carreteras presentadas por el PRI.

Vale la pena recordar en este contexto una frase de la hace dos décadas presidenta de lo que hoy es JUCOPO, Amira Gómez Tueme, quien con frecuencia repetía que uno de sus principales objetivos era ser una “facilitadora” del trabajo del ex gobernador Tomás Yarrington. Dormía y comía con esa meta.

Hoy, no existe ese papel de facilitador que debería cumplir el Congreso sobre los proyectos de desarrollo planteados por el Ejecutivo, para impulsar las necesarias adecuaciones a la estructura gubernamental. En forma insólita, en lugar de ser un apoyo los diputados de Morena se han convertido en un ancla que no ayuda a navegar al barco estatal.

¿Por qué poner sobre la mesa este panorama?

Por la enorme importancia que tendrá la conformación del Congreso Local en 2024. Menospreciar esa visión y volver a poner a Perico de los Palotes o a Juana la de las Arracadas en esas curules, sería un error garrafal que más temprano que tarde pegaría en la línea de flotación del buque americanista. De su conformación futura, puede firmarlo, dependerá en gran parte el mayor o menor éxito de la actual administración estatal.

El Poder Legislativo tamaulipeco y por ende el Poder Ejecutivo, no resistirán otra Ursula u otro Zertuche…

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