El hombre propone y Dios dispone. No es por falta de cumplimiento a un sentimiento de negación, que en su momento, tenía sustento debido a los cambios de carácter que presenta el ser humano durante su desarrollo físico e intelectual, ya que el mal humor generado por la incomodidad, puede predisponer a que se presente un entorno negativo.
Parecía que mis amados nietos mayores habían entrado a una etapa de aburrimiento, por el hecho de ofrecerles siempre el mismo destino en nuestros viajes cortos, pero Dios dispuso otra cosa y he ahí, que en un abrir y cerrar de ojos, los ya no muy pequeños Sebastián, Emiliano y Andrea, se encontraron de nuevo en el habitáculo de nuestro vehículo, precisamente, resguardando tanto su seguridad física como la espiritual.
En esta ocasión, la serenidad hizo gala entre los ocupantes, ya que durante el camino de ida, en lugar de quejas, sólo surgieron algunas amenas anécdotas de otros viajes, lo que iba evidenciando una mayor madurez de cada uno de los ocupantes.
Yo como siempre, observaba a detalle cada una de la expresiones de los viajeros: Una abuela más serena, una madre más participativa con sus hijos y unos hermanos que encontraban divertido el ir intercambiando ideas sobre lo que cada quien esperaba del viaje.
Una vez que llegamos a nuestro destino nos había quedado claro lo que cada quien quería hacer para divertirse, así es que los nietos se dirigieron a la alberca y nosotros nos sentamos bajo una sombrilla a observarlos y a seguir repasando los puntos que contenía nuestro plan de diversión.
En este viaje, como en ninguno de los anteriores, Sebastián, mi nieto mayor no se despegó de mi lado, bromeaba respetuosamente a cada momento conmigo haciendo alarde a su estado adolescente; cuando le agradaba alguna chica me pedía la opinión, pero he de confesar que en más de una ocasión me puso en aprietos con su abuela, pues, cuando señalaba la presencia de alguna guapa chica de su edad, en compañía femenina de mayor edad, bromeaba con el hecho de que yo volteara a verla; cuando íbamos a tomar alimentos, Sebastián buscaba siempre estar cerca de mí, en fin, disfruté mucho su compañía, pues en momentos me hacía evocar los gratos recuerdos que pasé con los amigos de mi adolescencia y juventud.
Emiliano, por momentos, se ponía algo celoso y reclamaba para si, el hecho de ser mi consentido, pero siempre, con la prudencia y madurez que lo caracteriza, cedía sus derechos momentáneamente, ante el amor que siempre le ha tenido a su hermano mayor.
Andrea, esperaba el mejor momento para demostrarme que ella era la que tenía mano en la atención del abuelo, y cómo iba yo a negarme a recibir la pureza de aquel cariño.
He de reconocer, que la que siempre tuvo el control de todo lo que ocurrió durante el viaje fue la abuelita, una mujer que se ha entregado en cuerpo y alma a darle amor a todos sus nietos, que me hace sentir vergüenza cuando yo trato de asumir la iniciativa para regular el gasto del maravilloso evento, pero que no puedo rebatirle nunca los motivos, para tratar de hacer feliz a sus nietos.
María Elena y yo asumimos sin decir palabra, que nuestra amada hija Kattia, madre de nuestros nietos mayores, anhelaba con el alma ser de nuevo una niña, para dejarse consentir por nosotros, y desde luego, encontró en su madre a la misma mujer amorosa que le dio la vida y la amó desde el momento mismo de la concepción; yo por mi parte, emocionado, guardaba calladamente en mi corazón la dicha de haber vivido aquel maravilloso encuentro, para sumarlo a las mil y una anécdotas de los grandes viajes cortos, haciendo mía la voluntad de mi Padre Celestial, porque han de saber, que el hombre propone, pero Dios dispone.
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