Este domingo deseo recordar que la celebración de la Santa Misa, principalmente el domingo es celebrar la muerte y resurrección de Jesucristo. Y que en el esquema de dicha celebración existe un momento que se llama Consagración en donde el sacerdote que preside la celebración en nombre de Jesucristo, cuando consagra el pan dice: “Tomen y beban todos de él, porque ésto es mi Cuerpo, que será entregado por ustedes”.

Y cuando consagra el vino dice: “Tomen y beban todos de él, porque éste es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por muchos para el perdón de los pecados. Hagan ésto en conmemoración mía”, que son las palabras que pronunció Jesucristo antes de su Pasión y su Muerte en Cruz en lo que se conoce como “la última cena”.

Entonces la Sagrada Eucaristía no es un signo del Señor Jesús, es Él bajo la apariencia de pan. Por eso cuando la persona se acerca a comulgar el sacerdote le dice: “El Cuerpo de Cristo”, y el comulgante responde “Amén”, es decir creo.

Es por eso que el Papa Benedicto XVI en la Exhortación Apostólica que publicó el 22 de febrero de 2007 con el título “Sacramentum Caritatis”, dice “En el Sacramento del altar, el Señor va al encuentro del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 27), acompañándole en su camino.

En efecto en este Sacramento el Señor se hace comida para el hombre hambriento de verdad y libertad. Puesto que sólo la verdad nos hace auténticamente libres (cf. Jn 8, 36), Cristo se convierte para nosotros en alimento de la Verdad.

En el esquema de la celebración de la Misa, antes de lo que he descrito se contiene una parte que se llama “Liturgia de la Palabra” que consta de tres lecturas, generalmente una del Antiguo Testamento, un Salmo, una segunda tomada del Nuevo Testamento, y un texto del Santo Evangelio.

Estas tres lecturas de la Palabra de Dios escrita en la Biblia ayudan al creyente a crecer en su fe, ilumina su camino, y le da criterios para vivir su fe durante la semana en su vida diaria.

El texto evangélico de este domingo, Lc. 17:11-19, presenta a Jesús que sana a diez leprosos, y solamente uno de ellos vuelve a dar gracias a Jesús.

Este hombre se detiene en el camino, vuelve sus pasos, alaba a Dios en voz alta, cae a los pies de Jesús y le da las gracias. Este leproso ha experimentado más que los otros nueve, más que la sanación de la enfermedad de la lepra. Sus aclamaciones de alabanza a Dios y su gratitud hacia Jesús en una postura de obediencia son lo esencial de la fe, “Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”. Él ha sido capaz de ver detrás de su piel sanada al que lo hace todo. Las acciones de gratitud, que lo distinguen de los demás, demuestran su confianza en Jesús, que es el agente de Dios para la sanación. Recordando que no es solamente la sanación física sino que también la del alma.

Que el buen Padre Dios les otorgue la paz, el amor y permanezca con ustedes.