En una ocasión, al estar por caer la tarde, mi padre me invitó a una ciudad fronteriza de nuestro estado, me pidió que manejara su auto, aludiendo que se sentía cansado, y yo, desando alejarme un poco de mi estresante trabajo médico no dudé en hacerlo. Cuando llevábamos unos doscientos kilómetros recorridos, me pidió que tomara una deviación, pues me dijo deseaba saludar a un primo; en todo el camino de terracería no encontramos ni personas, ni casas, y al paso de veinte minutos llegamos a una casa que parecía estar situada en el centro de un rancho, entonces salió el pariente a recibirnos, acompañado de un campesino y su perro; nos invito a pasar y ya sentados en unas sillas, nos ofreció alimento y bebidas, al término de la cena; mi padre me pide acompañe al caporal, mientras ellos iban a saludar a otros parientes; así es que, nos salimos a platicar fuera de la habitación para aprovechar el viento fresco de la tarde noche, hablamos de los cultivos y de la paz que se respiraba en ese lugar.

El hombre me platicó que trabajaba para mi tío y que vivía en un poblado lejano, que le convenía quedarse para no generar gastos extras, y que cada día ultimo de mes visitaba a su familia; le pregunté cómo era posible que pasara tanto tiempo sólo en aquel distante lugar, y me comentó, que no estaba sólo, pues tenía la compañía de su perro; dirigí la mirada al animalito y me pude percatar que ya tenía un buen número de años en su haber, por lo que se veía cansado y acusaba una mansedumbre sobresaliente.

El campesino me dijo que todas las noches platicaba con el perro, me dio a entender que su charla era muy amena, por eso no extrañaba mucho su hogar; más no pasó desapercibido para el hombre mi gesto de incredulidad, y entonces me dijo:

_Usted no me cree nada de lo que le estoy diciendo.

_¿A qué se refiere? _le contesté_

_A que el perro y yo platicamos muy sabroso.

_No lo dudo, _le dije_, _pero usted y yo sabemos que los perros no hablan. _Este sí habla, _me dijo un tanto molesto_.

Pero que tomadura de pelo, me dije, esta gente de plano pretende burlarse de mí. De pronto el hombre se paró de la silla y me dijo:

_Tengo que salir a revisar unas cercas, pues el ganado de los vecinos se mete a los sembradíos hace destrozos, ahí le dejo el perro para que platique con usted.

Sin más, el hombre se marchó, dejándonos solos, iluminados con una mortecina flama de un quinqué de petróleo. Traté de asimilar lo que estaba ocurriendo, me sentí molesto con mi padre, el pariente y el caporal, por haberme dejado solo, así es que me paré de la silla tratando de ubicar mi situación, pero era tal la oscuridad de aquella noche, que no me quedó otra que volverme a sentar, pasé un par de horas escuchando los ruidos de los animales nocturnos; cercano a mí se encontraba el perro, echado en el suelo, mostrando una tranquilidad envidiable. Tratando de culpar a alguien por mi situación; de pronto me vi hablando con el animal, y por raro que parezca, sentí que me estaba escuchando como nadie en la vida lo había hecho, después de liberar los motivos de mi frustración momentánea, me puse a platicarle parte de mi vida; le dije:

_No sé que estoy haciendo aquí, ni entiendo por qué mi padre me ha abandonado en este solitario lugar en medio de la nada; he de reconocer, que tengo miedo de estar solo, pero te confieso, que contigo me siento seguro; tengo una hermosa familia, parecemos muy unidos, pero nos falta comunicación, por eso, no alcanzamos a comprender lo que a cada uno nos pasa, por eso vivimos solo rozando la superficialidad de nuestras vidas.

Si tan sólo pudieran tener la paciencia que tú tienes para escucharme, sabrían cómo me siento, comprenderían, que lo único que quiero es sentirlos cerca de mi espíritu y no sólo de mi cuerpo material, al que se le juzga mal frecuentemente. En fin, no sé por qué te cuento todo eso a ti, sólo eres un perro, pero he de decirte, que ahora sé porque eres tan especial.

Después me quedé dormido en el catre del caporal, me levanté al clarear el día, busqué al noble animal para darle algo de comida y no lo encontré, salí de aquella casa abandonada en la nada, con mayor seguridad, agradeciendo a Dios tan grata compañía y pidiéndole me guiara con sus huellas por aquel camino de terracería, hasta llegar a la carretera nacional.

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