Qué lento caen las gotas de agua, cuando la engañosa tormenta pareciera retirarse, más en su sigilo, la delata un firmamento gris, que espera con paciencia, que las nubes descargadas, tomen para sí la humedad que traen los vientos nuevamente, y así cumplir con la misión que le corresponde en este tiempo aciago de latencia.
No resulta nada fácil detener el rápido impulso con el que se vivía antes, fue demasiado tiempo de premura inexplicable, sí, se vivía con demasiada prisa, con descansos breves, tan breves, que impedían al cuerpo recuperarse de tanto ajetreo indeseable, a veces justificado, otras tantas innecesario, porque los resultados de nuestras acciones, en muchas ocasiones, no dependían exclusivamente del apurado, sino de otros tantos, que igual corrían desesperadamente, como si el tiempo se fuera a terminar para siempre; y qué decir de la mente, no se daba abasto desechando tanta información, que a cada paso se iba formando en una interminable fila de procesamiento, para ser seleccionada conforme pasaba el tiempo, y que de ser realmente importante, se archivaba, y si no, era desechada para no saturar aún más la privilegiada memoria, que lucía en ocasiones, abrumada por dolores de cabeza, y la pesadez inexplicable, sí, aquella que dificultaba al hombre mantenerse despierto, mientras la luz artificial de la noche, suplía a la luz natural del día.
Y si me preguntan por el espíritu, pues les diré, que también sufría, porque en un cuerpo sin armonía, siempre ocurren filtraciones indeseadas, por aumento de la porosidad de las capas que mantienen contenido al espíritu en el cuerpo, porosidades, por donde la esencia vital sometida a tanta presión desmedida, amenazaba con ser arrebatada fuera de su hábitat, y sumarse derrotada al incontable número de fracasos, que ocurren día con día y que se incorporan al invisible torbellino de succión que transporta a las almas de regreso a su disolución por todo el universo.
Difícil decía, mantener el rápido impulso que todos tomamos en la vida, para llevarles el paso a los que sólo consumen nuestra energía y nos regresan a cambio, una especie de pago para sobrevivir, debiendo todo lo que compramos a plazos.
En este forzado, pero necesario estado de latencia, mi cuerpo material quisiera volver a retomar el paso, pero mi consciencia que ayer parecía tan árida como un desierto, empezó a florecer, y a despertar del condicionamiento experimental a la que fue incluida, no por su voluntad, sí, para parecer igual, como una copia fiel del original, del que dijo que era mejor darse prisa, que ponerse a pensar en el por qué lo haría.
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