Hace un par de días me senté a platicar con mis nietos mayores Sebastián de 14 años y Emiliano de 12, hablamos de los cambios que ocurren en nuestra forma de pensar y actuar conforme va pasando el tiempo, ambos coincidieron en el hecho, de que sentían que eran los mismos y que sólo notaban los cambios que se presentaban en su anatomía, eran más delgados y altos, su voz empezaba también a cambiar y la aparición de su vello facial, axilar y genital, comentamos que eran cambios propios de la adolescencia, pero que era importante que tuvieran consciencia de los cambios que experimentaban en su forma de pensar y actuar, porque a los adultos nos era difícil entenderlos, ya que estábamos acostumbrados a sentir mayor calidez, ternura y amor en la etapa de niño; y en la adolescencia, etapa por la que cursan en estos momentos, nos afectaba el desinterés que tenían para realizar actividades en conjunto, que fortalecían los lazos de amor que nos unían.
Sebastián comentó que si nosotros los mayores ya habíamos pasado por esa etapa, deberíamos ser más comprensivos y no empeñarnos en estar reprobando su conducta; Emiliano estuvo de acuerdo con él y agregó que su forma de ser en estos momentos, no tenía nada que ver con el hecho de que nosotros percibiéramos que el amor que nos prodigan estuviera desapareciendo o bajando de intensidad, e igualmente, pedía comprensión y respeto para su forma de pensar y de ser.
Retomé la palabra respeto, para evidenciar, que si bien, los adultos entendíamos que hubiera cambios, nos parecía que no deberíamos justificar la falta de respeto como un rasgo inherente a la etapa de la adolescencia, si éste se pretendía justificar por sólo este hecho: Soy grosero porque estoy en la adolescencia, por eso deben de tolerar mi cambio en el carácter.
El enfrentamiento con cualquier figura de autoridad se da precisamente porque hay una evidente tendencia a infringir las normas de conducta que rigen en el interior de la familia, les comenté que era un problema de educación, más que hormonal.
En ese momento me pareció que tanto Sebastián como Emiliano esbozaron una discreta sonrisa, me dio la impresión, de que ambos sabían muy bien de lo que estábamos hablando y su negativa forma de comportarse era un mecanismo que habían habilitado para salirse con la suya, conseguir siempre lo que desean, presionar hasta rebasar los límites de la tolerancia de aquellos que se lo permiten, restándoles con ello autoridad y condicionándolos a renunciar al control que deben de tener sobre las conductas que pueden ponerlos en riesgo.
Indudablemente que mis nietos son inteligentes, pero, sí tenemos que esperar que lleguen a los 25 años de edad para que madure la parte del cerebro que les haga comprender la consecuencia de sus actos, podríamos, de no reeducarlos adecuadamente, exponerlos prematuramente a experiencias que los marquen de por vida.
Por último, los invité a mejorar la comunicación con todas aquellas personas de la familia con las que tienen conflictos, les dije también que los adultos requerimos de que nos comprendan, ya que nuestro principal objetivo, en ocasiones, es velar por la integralidad de su salud; importante es el hecho de que ellos puedan encontrar obstáculos en su camino, porque de facilitarles siempre todo en la vida, no los estará preparando con herramientas para enfrentar los nuevos retos.
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