De esas veces que te sientes solo estando tan acompañado, bueno, al menos viendo cómo se mueve todo en tu entorno sin interactuar, con la misma superficialidad conformista, observando las miradas de visión corta, que sólo ven lo que pasa por el frente, escuchando las palabras breves que no dejan huella, percibiendo cómo todo queda en buenas intenciones, o conformándose con los logros que llegan a las manos sin mayor esfuerzo, sobreviviendo, más que viviendo, y pensando que tal vez, esa es la forma de estar y que yo percibo como una realidad diferente, muy mía, y por ello me encuentro fuera de lugar, pensando todo el tiempo el por qué me siento diferente, cuando seguramente soy igual, aunque tal vez, sólo me distinga por contradecir lo establecido, pero eso sí, siempre respetando a los demás, sin ofender a nadie, aunque me duela no sentir que tenga la razón, pero siempre anhelando encontrarme con aquello que me haga sentir igual que los demás.

De esas veces que sentí el deseo de ir a buscar a mi gran amigo, sabiendo que ya no lo encontraría, preguntándome por qué lo hacía y terminando en la soledad de una banca en una tarde gris, un poco fría, sintiendo, cómo poco a poco la noche le robaba al día la luz, y a mí la esperanza de poder hablar con alguien que pudiera entender lo que sentía, lo que quería.

De esas veces que no quería reconocer que mi estado no estaba del todo bien, todo era muy claro, y como cualquier enfermo, me negaba a aceptar que era presa del Mal del Poeta, los síntomas delataban el padecimiento: tristeza, melancolía, necesidad de amar y ser amado, preso de una terrible ansiedad por vivir cada segundo de la existencia, buscando desesperadamente un motivo para poder inspirar mi vida, teniéndolo todo y sintiéndome el ser más desafortunado, por eso me fui a aquel lugar, aquella tierra a la que concebía como una hacienda situada en el olvido, me fui buscando a ese ser fuerte, capaz de vivir de lo que su mente y sus raquíticas fuerzas le ofrecían, allá donde el silencio permitía escuchar hasta el ruido o sonido más distante, donde hasta un ciego puede ver lo que muchos, con buena visión, no logran ver aunque esté a su lado, allá donde nadie le reclama a nadie estar usurpando su lugar, donde nadie puede pelear porque el todo es nada y la nada es todo, y me fui buscándolo a Él, porque sentía que era el único que podía escucharme y entenderme. Al llegar, ilusionado, me embargó la emoción, y empecé a gritar desesperado su nombre, pero sólo se escuchaba el sonido del aire del norte que se colaba entre las hendiduras de los maderos viejos de aquel hogar que creí conocer de niño, y me senté en la vieja mesa de madera, en aquella silla que curiosamente se ajustaba a la perfección con mi cuerpo, me senté a esperar, porque mi fe es tan grande, que sabía que habría de llegar, porque me había visto y me había escuchado gritar su nombre. De pronto me pareció escuchar una voz que me decía: Ahora ya sabes quién eres, regresa por donde viniste y vive.

Correo electrónico:
enfoque_sbc@hotmail.com