Ven rocío de la mañana, de mi dulce despertar dormido, cae sobre el verde olivo de las tiernas hojas, de los arbustos que me acompañan por el camino de mi andar de peregrino; ven fresco rocío matutino, y toca mi piel temprana, para que tu divina magia, convierta a este inocente niño, en el hombre del mañana.
Ven a mí, naturaleza hermana, has que mis ojos nuevos se maravillen con tu belleza a esta hora tan temprana, para que capten tan hermosa escena, y se quede por siempre grabada en mi memoria y mi sentir.
¡Oh, mi Dios!, fue tu voluntad la forjadora de mi destino, e hiciste de mí un elemento más del glorioso camino, por donde dejaste tus huellas para mí, y encontrara tu espíritu divino y me aferrara con fe al amor por esta tierra en que nací.
¿Que por qué regreso aquí? porque fui inmensamente feliz, y mi yo niño, eterno y consolado por el amor del arquitecto de todo lo creado, no sólo me obsequió el natural lecho tan amado del vientre de la flor más hermosa de su huerto, me regaló también el firmamento, el día soleado, la noche donde brillan los ojos de los ángeles, el viento cálido y adormecedor de las tardes de verano, la alfombra de hojarascas del otoño y la desnudez de los tallos de los frutales en invierno.
Que si no regresara mi estructura material avejentada al paraíso, regresaría entonces mi espíritu, o regresaría en mis dulces y añorados sueños en mi calidad de niño enamorado de la tierra, del rocío, del verde olivo del follaje, del maravilloso paisaje que mi Señor creó sólo para mí.

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