Cuando Dios habla, hay que estar atentos. En ocasiones estamos demasiado ensimismados, o muy abrumados por los problemas, nuestros sentidos no se encuentran tan alertas como quisiéramos; algunas veces, los sucesos más maravillosos y extraordinarios están ocurriendo precisamente frente a nosotros y no los vemos, no los escuchamos, no los sentimos; en ocasiones la presencia del Señor es tan evidente y no la percibimos, entonces, para sacarnos de aquel penoso aturdimiento emocional, nos habla en boca de otra gente.

Yo he estado en muchas ocasiones en un estado de abstracción, afortunadamente no tan profundo, porque siempre he tenido presente, el dejar una ventana abierta al espíritu, para que nos haga sentir la presencia del Salvador y así poder recibir sus divinos mensajes.

Ayer, sin saber por qué y de manera inesperada, el Señor me hizo llegar un mensaje, así lo creo, aunque parezca poco lógico, estaba sí, muy preocupado por la salud de mi madre, al grado que no podía concentrarme en el trabajo; la persona que atendía en ese momento, una dama que estaba por meses por llegar a los 80 años, y de estar muy callada durante la mayor parte del tiempo de la consulta, al estar examinándola me dijo: _Le voy a contar una anécdota, trata de un hombre que había tenido un mal sueño y presuroso fue a contarlo a la persona que había en él, para advertirle sobre un lamentable suceso que ocurriría en caso de efectuar un viaje; el hombre tomó en cuenta la advertencia y fue así como salvó su vida.

No le pregunté por qué me había platicado esa anécdota, pero algo me alertó sobre el hecho y me impulsó a tomar una decisión en un momento importante, donde se requería mi presencia, sintiendo que con ello podía ayudar para evitar un suceso.

Creer o no creer, eso está en la mente de cada quien y en la fe que mueve nuestro corazón, sobre los hechos extraordinarios que suelen estar lejos de nuestro alcance, de no tener una buena conexión con Dios.

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