“Una persona que nunca ha cometido un error, nunca ha intentado hacer algo nuevo” (Albert Einstein)
Y sí, mi esposa aceptó el reto, y aprovechando la crisis causada por la pandemia de Covid-19, acentuó su creatividad, y un buen día me dijo: Tengo que hacer cosas nuevas. Yo le contesté: me parece una excelente idea. Desde luego, siendo yo un amante de la mejora continua de la calidad de vida y habiéndole insistido en otra ocasión que deberíamos trabajar sobre mejorar aspectos que nos hicieran mantener siempre una relación saludable y por qué no, incluir en ello aspectos íntimos como cenas para enamorados, paseos a la luz de la luna, remar en un calmado lago, escuchar canciones y música que nos recordara la bella época de la ardiente juventud; pero vaya que no estábamos en la misma frecuencia, pues me empezó a platicar que su abuelo paterno, Don Merced Rodríguez Sánchez, había sido peluquero y de los buenos, aquí en nuestra ciudad, y que ella siempre admiró el arte que implica confeccionar un buen corte de pelo. Entonces, un poco apesadumbrado le pregunté: ¿te vas a inscribir a algún curso en línea con algún famoso estilista? Ya veremos dijo ella, esbozando una gran sonrisa. Pasaron dos semanas aproximadamente, y de pronto la vi sacando algunos objetos del peinador, entre ellos unas tijeras de cortar pelo, un peine con agarre largo, pinzas, dos cepillos, secadora de pelo, una brocha; también improvisó una capa, y luego, con mucha seguridad me dijo: Tú serás mi primer cliente, ya tienes varios meses sin cortarte el cabello, así es que siéntate en esa silla frente al espejo y no se diga más. Confieso que mi primer impulso fue rechazar su ofrecimiento, pero no sería yo quien reprimiera su iniciativa, además lo consideré terapéutico para su salud mental. Ella me puso la capa, me alisó el cabello y después chasqueo las tijeras muy cerca de mi pabellón auricular, ahí fue cuando quise renunciar al privilegio de ser el primero en cortarme el pelo con tan distinguida profesional, para pronto, ella puso su mano sobre mi hombro derecho y me dice: Ni se te ocurra moverte, puedo cortarte una oreja. Un poco nervioso, fingí que le tenía confianza ciega y le hice una pequeña broma: Ni que fueras Eloy Cavazos; no me quedó de otra que cerrar los ojos, y así empecé a sentir más fresco el cráneo y vi como caían mis valiosos mechones de pelo. Después trajo la secadora de pelo y me quitó el cabello que se me había pegado al cuello y el que quedó entre los restos de mi cabellera, me pidió abriera los ojos para contemplar su obra maestra, entonces noté que uno de los lados (parietal derecho) había quedado más abultado que el otro, pero antes de que pudiera replicar ella dijo con mucha seguridad: Ese lado te lo dejé más pachón, porque si vas a usar gorra, se te pueda detener. Extrañado le dije: Pero si yo no uso gorra. Bueno, dijo ella dándome una palmadita en el hombro, lo que pasa, es que te entresaqué un poco el cabello y se te ve algo despejado el cráneo, después para que no lo notara mucho, me agarró del mentón y dijo, pero mira que bien te ves de perfil, y volteando de uno y otro lado me pude dar cuenta que una de mis patillas había desaparecido, entonces con pena y todo le reclamé, pero ella dijo que todos tenemos un mejor perfil y cuidó ese aspecto, así es que me recomendó voltear siempre a la derecha, para que se tomaran la foto de mi mejor lado. Ya para terminar, resignado le dije: Quiero dejar constancia que lo que hoy he hecho por ti, es una muestra del gran amor que te tengo, sólo espero que el regreso a la normalidad tarde un poco, para que me crezca el cabello, porque yo no me atrevo a salir a la calle con este nuevo estilo de corte.
enfoque_sbc@hotmail.com