No cabe la menor duda, qué feliz es estar aquí arriba, trepado en este árbol, con las bolsas del pantalón repletas de frutas varias, higos, mandarinas y nísperos entre ellas. ¡Qué bonito es ver desde aquí arriba! estoy descalzo, sí, y sin camisa, pero de otra forma no podría disfrutar de la alegría de saberme libre, de saberme consentido por la naturaleza. Desde aquí puedo pensar en grande, sentirme vivo y con tanta energía, de hecho, hasta puedo recostarme, ¿miedo? ¡Qué va!, no tengo miedo de caer, y si caigo, como dicen por aquí “No pasaré del suelo” me levanto y me sacudo el pantalón, aunque a decir verdad, no tengo pensado caer, porque estoy tan a gusto, y siento cómo me abraza el árbol, por lo que pienso, él también está contento con que pueda trepar a él y llegar a lo más alto. En fin, el placer sólo me durará un par de horas, está llegando ya el ocaso, y eso me pone nostálgico, porque tendré que despedir este hermoso día que me ha dado tanto. Mañana, mañana será otro día, y espero que la noche me arrope con el manto de ese cielo lleno de estrellas que se quedarán velando mi sueño, tal vez, cuidando no tener pesadillas después de haber comido tanto.
Bajaré pues, tratando de no lastimar tus ramas, querido hermano árbol, espero me sigas aceptando entre tus ramas, así como aceptas a las aves que alegremente cantan, que confiando en ti, hacen sus nidos.
No cabe duda que Dios no se equivocó en nada, nos hizo a los niños para hacerle sentir al árbol que es querido, e hizo a los árboles para que los niños pudiésemos trepar a lo más alto, como queriendo tocar el cielo, como queriendo acariciar su cara, o que al extender los brazos, sentir su mano tocar la nuestra, en señal de que hizo todo este paraíso para para mí.
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