El calor era insoportable, como suele serlo en ocasiones, cuando se aproxima un cambio brusco de clima, y sí, efectivamente, un par de horas después cayó generosamente la lluvia y el golpeteo de las gotas sobre el techo de lámina del vecino y el olor a tierra mojada, despertaron en mí tantos recuerdos, por eso me quedé ahí, como paralizado, viendo y sintiendo frente a la ventana, aspirando ese olor a gratitud de la madre tierra, y viendo como el follaje de los árboles llenos de vitalidad y gozo, aprovechaban la complicidad del aire, para sacudir el polvo que por meses se había adherido a las hojas, impidiéndoles la purificación del aire. Todo parecía estarse limpiando, cielo, aire y tierra, y por qué no reconocerlo, mi espíritu también se limpiaba, al dejar salir entre cada exhalación generada por mis pulmones, a esa gruesa capa gris de pesadumbre, que se ha ido acumulando día con día con motivo de la pandemia.
Acerqué una mecedora para disfrutar aquel maravilloso espectáculo de la naturaleza, recordando con ello cómo lo disfrutaba también en mi niñez, aunque a decir verdad, en aquella edad, mi espíritu era más atrevido, pues impulsaba a mi cuerpo a salir corriendo, para dejar que la lluvia lo limpiara y enfriara también el calor que emanaba de aquella gran energía que me hacía vivir tan intensamente y que me generaba una gran felicidad, sin tener que buscarla, sin tener que pagar por ella; fué ahí, en aquel maravilloso lugar, donde supe lo que era sentirse libre, donde me podía fundir con los elementos, y recordar con ello mi verdadero origen.
¿Desde cuándo he vivido exiliado entre el concreto y el acero? Mi destierro no fue voluntario, las reglas, las costumbres, la necesidad de forjarse un futuro, motivos varios, para abandonar lo que alegraba mi esencia primaria, condenándome a vivir en un perenne estado nostálgico, lleno de añoranza, sediento de la libertad que responde únicamente a la voluntad de la inocencia, y no a la exigencia rígida e inhumana, impuesta por una necesidad, que debiendo ser sólo mía, al final, resultó ser parte de un todo, al que se pertenecía.
¡Lluvia! limpia mi cuerpo, ¡aire! llévate mis miedos, ¡tierra! reconóceme como parte tuya, la parte que se formó del barro, la parte a la que Dios le dio conciencia, y con ella caminó sin rumbo fijo, buscando la verdad de su identidad, de su naturaleza.
En memoria a la más fantástica niñez, disfrutada en el paraíso llamado San Francisco, Santiago N.L.
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