Así soy yo, me dijo, el que me quiere de vedad, me acepta como soy. Y yo le contesté: _Pero hombre, si usted en verdad no es una mala persona, no sé a qué viene esa actitud tan negativa. _No se deje engañar por las apariencias _respondió_ tal vez, en un tiempo era como usted dice, pero se lleva uno cada decepción con las gentes que se dicen amigos, que no le queda a uno ganas de seguir siendo bueno. _Acuérdese que una golondrina no hace verano_ le contesté_ no hay que juzgar a todos, sólo porque uno de sus tantos amigos no llena en estos momentos sus expectativas. _No que va_ contestó el hombre_ yo no tengo dobleces soy como soy. _ Ahorita dice ser lo que no es, porque está molesto, porque siente que le han fallado, pero si a leguas se nota que usted en un bonachón; yo sé que en ese gran corazón que tiene, no solamente cabe una sola oportunidad para extenderle el perdón, sino muchas, lo digo porque lo conozco de sobra y a mí no me puede engañar. _Mire mi estimado, usted es punto y aparte, yo le considero mi amigo, pero también le tengo mucho respeto y harta confianza, por eso, puede decir lo que quiera, pero no me va convencer, yo soy como soy y punto. _Bueno, y ya que me desacredita como buen conocedor de la personalidad de mis amigos respetuosos, me puede hacer el favor de sacarme del error y decirme ¿Quién es usted?

El hombre guardo silencio un par de minutos, observé con detenimiento su cara, y en ella vi el típico rictus de pesadumbre que por lo general aqueja a los que han sufrido alguna decepción de algún tipo, y la de él, como lo había manifestado, era que uno de sus mejores amigos le había fallado. Entonces empezó a describir los rasgos más característicos de su personalidad: Yo soy efectivamente un hombre de buena voluntad, si le digo que no tengo dobleces, así es, cuando le doy mi amistad a una persona, no solamente le estoy ofreciendo mis valores humanos más preciados, le ofrezco mi corazón, de tal manera, que en verdad me duele el hecho de comprobar que me he equivocado, no porque espere reciprocidad total del amigo y esperar siempre buenas respuestas a mi entrega, sino por el hecho de que duele descubrir que en el corazón del amigo no pueda existir la suficiente honestidad como para decir que ya no existe interés en continuar con tan fuertes lazos. Cuando dijo esto último, noté que aquel rictus de pesar evidenció una franca tristeza, y previendo que estaba a punto de fracturarse su alma, lo abracé en un acto de legítima misericordia, lo que vino después, no quiero platicarlo, porque yo sé lo que duele perder un amigo, aunque en mi caso, el dolor que me causara la pena, se debió a que no me avisara que se iría para siempre de mi lado y no tenía permiso de morirse.

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