No por cerrar los ojos se deja de ver lo que acontece, no por detener nuestra marcha, las cosas a nuestro alrededor permanecen estáticas, nada podrá cambiar lo que sentimos en un momento dado, si nuestra conciencia sigue activa, con plena capacidad para reprochar o enjuiciar nuestra pasividad, nuestras omisiones ante actos que requieren de la intervención de nuestra voluntad, para que nuestra conducta se apegue a nuestros valores morales ante lo que definimos como acciones. Se puede tratar de reacomodar los detalles de los acontecimientos distorsionados para justificarnos, para no sentir culpa, pero mientras no sintamos paz espiritual, seguiremos inquietos, porque algo en nuestro interior nos señala nuestros errores.
En un entorno plagado de dolorosas caídas y de ídolos falsos, de ideologías torcidas, sustentadas en medias verdades y verdades a medias, de esperanzas irreales e inalcanzables, de ilusiones vanas que nos alejan de la realidad y el verdadero camino, que nos quiere condenar a cargar la pesada loza del pesimismo y nos impulsa a vivir cada día como si fuera el último, que nos arrastra al consumismo desmedido y a olvidarnos de que poseemos la capacidad de aceptar o no las propuestas que emergen de las mentes obsesionadas con reescribir la historia, cuando la historia misma es parte fundamental para alcanzar un desarrollo sustentable, basándose en las características muy particulares de una nación como la nuestra.
No por cerrar los ojos se puede dormir, esperando tener sueños llenos de esplendor en un país maravilloso, porque simplemente dormir ya no es posible, porque los días de 24 horas de han acortado a la mitad y la tan deseada salud física, mental y espiritual están en alto riesgo, viviendo amargas pesadillas.

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