Qué grato es recibir tu visita, y sobre todo, saber que tu espíritu aún conserva el potencial para mantener la imagen material que te distinguió cuando habitabas en la tierra, qué grato es saber que aún existe el puente de amistad que juntos construimos durante cuarenta años, Dios fue testigo de la sinceridad, la lealtad y el amor que como hermanos nos tuvimos, sin esto último, no habría sido posible haber caminado por la senda que nos condujo a comprobar que sólo aquellos que tiene fe, podrán disfrutar de la gracia de Dios, porque Jesús va al encuentro de todos los que ama.
Ayer me preguntabas sobre mi vida, y me extrañó tu pregunta, porque conociéndome como me conoces y estando donde creo que estás seguramente has podido ver, escuchar y sentir por todo lo que he pasado; pero luego me aclaraste, que en aquella inmensidad en la que te encuentras solamente hay uno que todo lo puede ver, escuchar y sentir, y que tu esencia espiritual se encuentra disgregada por el universo en forma de átomos de energía positiva, que tienen la capacidad de reincorporarse a un todo cuando así lo decide el Señor, y mira que fui afortunado por estar en puerta tu cumpleaños terrenal y qué mejor regalo nos obsequió Dios, que el de poder festejarlo con esta narrativa que pareciera salir de un cuento fantástico, pero que es tan real como la vida misma, porque para Dios no hay imposibles.
Entonces, vivamente emocionado, sabiendo que Jesús estaba acompañándonos en ese momento, le pregunté: ¿Señor, nosotros nos decimos buenos amigos, habremos cumplido todo lo necesario para serlo? Y Jesús contestó: He reconocido en vuestra amistad los atributos que la distinguen: Ambos abrieron su corazón a la verdad, eso les permitió no sólo conocer sus debilidades y virtudes, sino la necesidad de amarse como yo los amo para poder entregar su vida; uno y otro siempre estuvieron en el momento y el lugar preciso cuando se necesitaron; ambos evidenciaron sin temor su fragilidad, lo que les permitió ser misericordiosos; siempre se dijeron lo que pensaba el uno del otro, sin temor a perder los fuertes lazos que los unieron; siempre estuvieron atentos el uno del otro, disfrutando los triunfos, pero también llorando sus derrotas; ambos estaban dispuestos a dar la vida el uno por el otro; Los dos se nutrieron de la fe y el conocimiento de Dios; ambos disfrutaron la vida y rieron alegremente por todo aquello que era bueno y debería celebrarse. Reconozco en todo ello a una buena amistad.
Entonces desperté de aquella maravillosa realidad que me llegó como un sueño, en un día tan especial como el nacimiento de mi mejor amigo, Felicidades por siempre Antonio.
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