Si pudiéramos vivir con sencillez, tal vez viviéramos mejor, a una pregunta responderíamos confiados con la verdad y no pensando que el que pregunta quiera valerse de nuestra ingenuidad para perjudicarnos.
Si viviéramos con sencillez, nuestra sonrisa fuera tan saludable que con el tiempo no nos dejara arrugas, porque siguiera de forma natural el proceso ideal para lo que fue creada.
Si viviéramos con sencillez, se terminaría con la deshonestidad, porque el que es sencillo no podría ocultar una mentira, de tal manera que le llamaría a las cosas por su nombre y no las disfrazaría para tratar de simpatizar o quedar bien como ahora es costumbre.
Si viviéramos con sencillez, el amor sería verdadero, y no adornado con filigranas a primera vista, para deslumbrar a quién queremos amar.
Si viviéramos con sencillez, la amistad sería realmente un verdadero tesoro y no nos haría velar por el interés que pretendemos sacar de quien le vemos una oportunidad para progresar.
Si viviéramos con sencillez, siempre tendríamos una buena actitud y con nadie pelearíamos, podríamos tolerar al más necio e irreverente, porque no podríamos juzgarlo por el mal que padece.
Si viviéramos con sencillez, no habría necesidad de escuchar las palabras vacías de quien tiene la mala costumbre de engañar, aprovechando la buena fe de quien anhela paz y justicia.
Si viviéramos con sencillez, pondríamos más atención a lo que nos da la vida y no pretenderíamos acumular tantas cosas innecesarias que generan en la humanidad podredumbre.
Si viviéramos con sencillez, mi Señor, yo reconocería mis errores y me arrepentiría de corazón, siempre con la esperanza de tener un lugar cerca de ti, para obtener la humildad que me haga acreedor de obtener tu perdón y llenarme de amor por toda la eternidad.
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