Antes de la pandemia, mis nietos podían leer mi sentir, analizando la expresión de mi cara, de hecho, se acostumbraron tanto a la lectura que denotaba alegría, felicidad y aceptación, que tenían prácticamente la llave para entrar en mi vida, sin detenerse a preguntarme si serían bien recibidos; pero seguramente como a muchos nos sucedió, una vez experimentado el avance global del Covid-19 y con él la tormenta de información que nos ponía al día sobre sus efectos nocivos sobre la vida y la salud, la expresión de mi cara cambió tanto, que a mis nietos se les empezó a dificultar el poder leer mi estado de ánimo sin preguntar, entonces, poco a apoco se percataron de que la llave que tenían, ya no habría la puerta por la que tantas veces habían entrado, y que con toda libertad les permitía compartir todas mis emociones, sobre todo, aquellas relacionadas con el inmenso amor que nos unía. Mis nietos empezaron a tomar distancia unos de un metro y medio, otros de dos metros y los menos de más de lo que yo hubiese querido.
Un día, después de varios meses de distanciamiento, mis nietos mayores empezaron a romper la distancia recomendada, entonces, ya no fue la autoridad sanitaria la que los invitaba a mantener la sana distancia, fui yo, el que debido a mi rígida conciencia médica, aunque de emociones a flor de piel que denotaban un evidente cambio de la cerradura del paso libre a mi vida, el que les sugirió seguir manteniendo la distancia, yo no sé qué sentirían ellos con mi actitud petrificada, pero yo me estaba deshaciendo por dentro; los nietos mayores entendieron, los nietos menores se decepcionaron de su abuelo, por ahora lo que estaban leyendo en mí, era una inexplicable forma de rechazo.
Hoy llegó una de mis hijas a nuestra casa, estacionó su auto frente a la misma, la acompañaba su hijo, el pequeño José Manuel, de 4 años de edad, ella nos explicó que tenía que realizar un trámite en el banco y era probable que tardara un poco y mi esposa se ofreció a cuidar a nuestro nieto, pero el niño no se quiso bajar del auto, aludiendo que quería ir a su casa a jugar con su Tablet, mi esposa me llamó para que tratara de convencerlo de bajar, pero el niño tenía un expresión de incertidumbre y de temor en su cara, imaginé lo difícil del momento que estaba viviendo, yo portaba el cubrebocas igual que todos, pero se me ocurrió retirármelo por unos instantes para que el niño pudiera verme los labios, entonces le hablé tiernamente, evidenciando el amor que siento por él, el niño miraba para todos lados como buscando respuestas, pero a su madre se le estaba haciendo tarde y decide mejor llevarlo a su casa para que lo cuidara una persona de todas sus confianzas que trabaja en labores domésticas, se marcharon, pero sorpresivamente a las pocas cuadras de distancia regresaron, pensamos que se le había olvidado algo, pero nos comentó que el niño le pidió regresara, y bajó del vehículo, le adaptamos unas sillas al aire libre en la cochera y le llevamos una bolsa con sus juguetes, pero seguía inhibido y prefirió ver aventuras para niños de personajes virtuales, yo me retiré y dejé a mi esposa con él y al ver que no salía dijo que ya se había cansado de ver las citadas aventuras virtuales y pidió que saliera yo para jugar con él, tome la bolsa de juguetes y saqué un disco Frisbee y empezamos el juego, el niño se divirtió mucho y después, recordando otros juegos donde interactuamos, me pidió que continuáramos jugando; entonces supe que la llave para entrar a mi vida no estaba perdida, José Manuel la tenía guardada en su corazón.
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