En algún momento de la vida todos hemos estado en una situación de incertidumbre. Esta nos causa intranquilidad porque no sabemos qué va a ocurrir. Es un sentimiento incómodo, pero también una señal de que hay algo que aún no hemos comprendido del todo. Cuando empezamos a entender aquello que nos aqueja, las cosas comienzan a ordenarse y a tener sentido. Comprender no es tener todas las respuestas, pero sí una forma de hacer más llevadera, en nuestra vida, eso que llamamos incertidumbre.

En la antigüedad la astronomía fue la primera ciencia en intentar darle una explicación a los fenómenos naturales que ocurrían en el mundo. Con la llegada de Isaac Newton, hace más de 300 años, las observaciones a estos fenómenos naturales adquirieron una base matemática sólida. Su reconocida “teoría de la gravedad” aún vigente para predecir el movimiento de la mayoría de los cuerpos celestes reveló que el universo obedecía leyes precisas. Esta idea hizo pensar a muchos científicos, que el Universo parecía una maquina predecible y perfectamente diseñada.

A partir de este planteamiento, otro pensador Pierre-Simón Laplace propuso que, si alguien pudiera conocer con precisión todas las fuerzas que actúan en el universo, la posición, y la velocidad de cada cosa en él, se podría entonces predecir el futuro con absoluta seguridad. Esta forma de percibir el mundo se llamó “determinismo científico” y fue durante mucho tiempo la base del pensamiento científico.

Con el paso del tiempo, más de un siglo después, el físico alemán Werner Heisenberg, uno de los científicos que dieron forma a lo que hoy conocemos como “mecánica cuántica”, demostró que existe un límite natural a lo que podemos saber sobre el futuro, y lo llamó “principio de incertidumbre”. Este principio cambio por completo la forma en que entendemos el universo, porque contradijo la idea de que todo puede predecirse si teníamos suficiente información, lo que se conocía como “determinismo científico”. Heisenberg mostró que no podemos conocer con precisión, al mismo tiempo, la posición y la velocidad de una partícula, no por falta de tecnología, sino porque la naturaleza misma funciona así, de forma indeterminada, impredecible e incierta. Su pregunta clave fue: ¿Como se puede predecir el futuro cuando ni siquiera podemos medir con precisión la posición, y la velocidad de una partícula en el presente? La respuesta es clara, no es posible, aun contando con un poderoso ordenador, pues al darle datos variables o imprecisos, los resultados también lo serán.

Einstein estaba descontento con esta irregularidad del Universo, le resultaba inaceptable que la naturaleza funcionara basada en el azar. De ahí su famosa frase “Dios no juega a los dados”; es decir, que el Universo no puede ser aleatorio o incierto. En su opinión, el comportamiento impredecible de las partículas no era más que una apariencia, estaba convencido de que existía una realidad más profunda, gobernada por leyes precisas —como las que defendía Laplace—, y que simplemente no conocíamos esas variables ocultas que explicarían este comportamiento.

Sin embargo, posteriormente y gracias a los trabajos de Erwin Rudolf Josef Alexander Schrodinger y Paul Adrien Maurice Dirac, esta teoría tomo un rumbo diferente donde el mundo subatómico se describió como ondas de probabilidad, lo que significaba que su comportamiento depende del lugar y el momento en que se observen y que no hay una trayectoria única definida como en la física clásica. Desde entonces, la incertidumbre dejo de ser vista como una limitación del conocimiento y paso a entenderse como una propiedad del Universo.

Cuando el Universo nos dice que nada es completamente predecible, quizá también nos está hablando, de nuestras propias vidas. Cada vez que miramos el cielo, también estamos mirando hacia dentro de nosotros mismos. Y es posible que no esté tan lejos como creemos; al final, también estamos hechos de esa incertidumbre.

En el mundo en que vivimos, si hablamos de lo político, nada está determinado. En lo social, atravesamos una época cambiante, lo que ayer era verdad, hoy es debatido. En lo económico, la inestabilidad se ha vuelto una constante. En suma, vivimos en un mundo de posibilidades, no de certezas. Y cuando la incertidumbre va más allá de nuestra comprensión —que siempre buscamos sentido, explicación y control— entonces crea relatos, algunos nacen del libre pensamiento, otros en cambio surgen del miedo, de la sospecha, del caos.

Es ahí donde aparecen las llamadas teorías de la conspiración, como intentos de dar una explicación a los vacíos donde la razón no es capaz de encontrar una explicación lógica, de darle un rostro al desorden, y de encontrar culpables cuando no hay respuestas claras. No conspiramos para crear incertidumbre; es la incertidumbre la que nos lleva a conspirar. Cuando no entendemos lo que sucede y el mundo y nuestra vida parecen fuera de control, nuestra mente busca encarecidamente razonar y encontrar una explicación. Desafortunadamente, esas teorías o historias inventadas nos ayudan a darle forma al desorden, no porque sean verdaderas, sino porque culpan a alguien, a algo, o aparentemente explican las cosas. Al final, el desenlace es un mundo aún más caótico.

En todas las épocas han existido ideas conspirativas, por mencionar algunos datos pensemos en la Edad Media, se le atribuyó la peste negra a los herejes y judíos. En las monarquías de los siglos XVI, XVII y XVIII se temía que los males eran provocados por brujas o fuerzas oscuras. En muchas revoluciones modernas, las instituciones han sido vistas como herramientas de la clase dominante y, por lo tanto, responsables de los infortunios del pueblo, por eso su destrucción, una forma de justificar un paso necesario hacia el cambio. En el siglo XX, comenzó a usarse el termino más ampliamente, sobre todo después del asesinato de John F. Kennedy en 1963. En el siglo XXI las teorías de la conspiración se ampliaron con internet, pasando por una diversidad de temas al punto de creer más en esas verdades ocultas, que lo científicamente comprobado.

En la historia también podemos ver que algunos políticos o personas con grandes habilidades, supieron aprovechar el caos no para resolverlo, sino para fortalecerse dentro de él. Ese caos, muchas veces proviene de la fragilidad de la confianza, del desorden provocado por la duda, la traición o el miedo colectivo. Destacan entre ellos Maquiavelo y Fouché. Fue Maquiavelo quien observó el poder desde sus estructuras internas. Entendió que, a veces, al querer evitar una guerra en medio del desorden, se termina provocando justo lo que se quería evitar, caos y guerra. Por eso, la incertidumbre, es una fuerza que se mueve entre lo político y lo humano. En tiempos de inciertos, el miedo no solo paraliza, se convierte en una herramienta de poder. Por su parte, Fouché se desenvolvió entre revoluciones, imperios y restauraciones, adaptándose, resistiendo y sobreviviendo. Ambos entendieron que, cuando reina la incertidumbre, el verdadero poder no está en controlar todo, sino en quienes manipulan y se adelantan al miedo colectivo.

El mundo perfecto, no existe, quizá el caos nunca desaparezca. Es posible que la incertidumbre, como ya dijeron los científicos sea una propiedad del universo, del mundo y también de nuestras vidas. Pero la calma no nos llegará por tener todas las respuestas, sino por hacernos las preguntas precisas y correctas, con la capacidad reflexiva de nuestro libre pensamiento, con esperanza y con humanidad. Es el camino que elegimos seguir en medio de la inestabilidad.

Una frase atribuida al pensamiento de Maquiavelo dice: “Quien controla el miedo de la gente, se convierte en el amo de sus almas”. Una idea que resume con claridad que el miedo, bien administrado, puede sostener el poder incluso y particularmente en medio del caos.