El domingo visité a mi madre y mientras a ella la agobiaba un sentimiento de soledad, a mí me aquejaba uno de profunda nostalgia; ella me dijo: es muy triste la soledad. Para eso, una de mis hermanas que estaba presente le contestó: Mamá, pero si tú nunca estás sola, siempre tienes compañía, todo los días te visitamos, en ocasiones coincidimos en ello una buena parte de tus hijos, otras veces, estamos dos o tres de nosotros; ella se le quedó mirando como diciendo: No entiendes nada de lo que estoy diciendo. En ese momento evoqué cómo eran los domingos años atrás en la casa de nuestra madre, eran en realidad días de gran fiesta, de una convivencia sana, de mucha calidez.
En aquel tiempo mi madre aún cocinaba y en ocasiones tenía el apoyo de alguna de mis hermanas, ella preparaba más de dos platillos para darle gusto a sus hijos, también elaboraba dos tipos de postres, y una vez que llegaba la hora de comer, le agradaba que todos estuviéramos sentados en la mesa a un mismo tiempo, eso lo lograba poniendo unos tablones en el corredor; siempre nos decía que la comida tenía que comerse calientita. Después de terminar de tomar los sagrados alimentos, nos íbamos al traspatio y empezábamos a contar anécdotas o hacíamos planes para próximas reuniones con motivo de cumpleaños, bodas, bautizos y demás, prácticamente pasábamos un poco más de medio día con ella y seguramente para nadie pasaba inadvertido lo feliz que se sentía nuestra madre al tener su casa llena de familia.
Tal vez a eso se refiere mamá cuando habla de la soledad, extraña en verdad el calor de las convivencias fraternas, extraña, incluso, ser incluida en forma total dentro de los asuntos que solemos tratar cuando nos encontramos en su casa, no sólo es el hecho de visitarla, de estar una hora o varias horas.
Cuando lo comentamos, sin estar presente nuestra madre, llegamos a la conclusión de que como adultos mayores que somos, la mayoría, como jefes de familia, como conyugues, como padres o abuelos, nos hemos dejado absorber por los asuntos inherentes al rol que jugamos dentro de nuestras propias familias, pero estoy seguro, que todos nosotros, los hijos, tenemos ese perenne sentimiento de nostalgia de no poder disfrutar a plenitud de la compañía de nuestra madre.
Ese domingo mientras visitaba a mí madre me hice las siguientes preguntas: ¿Por qué me he dejado abrumar por los problemas de mi descendencia? ¿Por qué no puedo ya disfrutar a plenitud de la compañía de mi madre y de mis hermanos como lo hacía antaño? Entonces, me di cuenta de que nadie podía impedirme que pudiera disponer de mi tiempo como yo deseaba, porque si algo realmente tiene significado en la vida, es el poder allegarse la felicidad, aunque sea en pequeños momentos, que quedarán para siempre en mi memoria como un sentimiento de pertenencia y amor a una gran familia.
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