Ayer me sentí importante, lo digo con sincera humildad, importante, porque pude servir a mi prójimo en su necesidad de sentirse escuchado y atendido en su reclamo, me preocupé como lo hacía antes, cuando ejercía a plenitud mi voluntad profesional, cuando a falta de algún recurso, no se abandonaba a su suerte al paciente, se le acompañaba hasta encontrar una posible solución para mitigar su mal.
Ayer me sentí ser yo nuevamente y me dio gusto dejar de pensar en mis necesidades para atender a quién me dio la confianza de seguir siendo útil a mi comunidad, me sentí tan ligero de cuerpo que hasta llegué a pensar que el único peso en mi haber, era la liviandad de mi espíritu que por cierto es el primero en hacerme saber lo que se estima está bien o está mal.
Hoy con más gusto veo el azul del inmenso cielo, y sin más, espero la lluvia caer como una fina cortina, que deja entrever en el espacio la mirada de Dios, que ilumina a todos aquellos que esperan volver a servir, y como yo, no se resignan a aceptar, lo que dicen los que poco estiman la vida, y aseguran, que nuestro quehacer se termina, cuando se nos confina.
Ayer me sentí parte del todo, pues comprobé, que no hay situación insultante, por mucho que nos haga padecer y sufrir, que pueda vencer la vocación de servir, en lo que Dios me dio como misión a cumplir.
Hoy dejé de sentirme en la inútil espera, atenido a una suerte incierta, que poco a poco va haciéndonos perder la conciencia, de que siempre podemos ser gente útil. Estoy aquí y ni el polvo que arrastra el viento, ni el mismo tiempo, tocará mi cuerpo, estaré presto a servir de los pies a la cabeza, porque aún tengo mucho qué hacer con humildad y nobleza.
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