Ayer, cuando aún se tenía la costumbre de grabar nombres, signos o frases en los troncos de los árboles, tal y como si se les estuviera tatuando, no imaginaba, al ser adolescente ignorante, que resultaba dañina para la planta, pero en una ocasión entré en razón de ello, cuando al estar realizando dicha acción y grabar las iniciales del nombre de mi novia y las mías, para que el recuerdo perdurara por siempre, una persona que deambulaba por el paraje me dijo: ¿Acaso no te han dicho que los árboles son sensibles al dolor, y que sufren cuando se les maltrata?

Los árboles son seres vivos y cumplen con una de las funciones más importantes para la supervivencia de la vida humana, un sólo árbol produce oxígeno para 18 personas, las plantas son responsables de una quinta parte del oxígeno del planeta. El recordarme esos datos me hizo sentir avergonzado, pero, como dicen, el mal ya estaba hecho; el hombre pasó de largo, mientras yo tapaba con mi mano aquel grabado y por un buen tiempo cuando pasaba por donde estaba el árbol apreciaba la cicatriz que le había dejado la herida que le causé.

Las cicatrices suelen ser recuerdos dolorosos de las heridas que sufrimos en la vida, si bien, algunas veces reímos de las circunstancias de cómo nos ocurrió aquella experiencia, otras veces preferiríamos no recordar lo hechos.

En mi cuerpo tengo algunas cicatrices, algunas de ellas, con el tiempo parecieran desvanecerse, aunque no del todo, sin embargo, estoy agradecido de que estén ahí, recordándome que se pueden sufrir heridas en forma accidental, por imprudencia, o por desobediencia; afortunadamente, para los seres humanos las cicatrices del alma son borradas por el amor de nuestro Padre celestial, porque él nos ama tanto, que al perdonarnos nos da la oportunidad de vivir una vida nueva.

enfoque_sbc@hotmail.com