Cuando me fui a estudiar mi carrera universitaria a la ciudad y puerto de Tampico, tenía el gran anhelo de recibir cartas de mi padre, quería sentir que él estaba tan entusiasmado como yo con el hecho de que algún día me recibiera de médico, más esperé en vano; al término de la carrera sólo tenía en mi haber un recado que me había enviado con una amistad y estaba relacionado con la compra de un libro que le había solicitado; siempre me pregunté si el motivo de la falta de comunicación por ese medio se debía a que mi progenitor estaba muy ocupado o simplemente, aplicaba su rigurosa filosofía basada en el hecho, de que el hombre tiene que forjar su futuro con su propio esfuerzo, y con el mínimo aporte de sentimentalismos propios de la personalidad débil de los que temen abrirse paso en la vida. Jamás la rudeza de ese trato, logró hacerme renunciar a mi naturaleza romántica y soñadora, originada seguramente, por el anhelo de sentir objetivamente el amor de un padre. No estoy juzgando su manera de ser, por el contrario, le agradezco el hecho de que con ello, me hiciera tener la necesidad de buscarlo, de estar siempre cerca de él y de hacerlo sentir orgulloso de mis logros, con los cuáles le agradecería el apoyo material para alcanzarlos. Esto me recuerda, la cita bíblica de Jesús, relacionada con el hecho que el hombre no solo vive de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Cuánta verdad encierra esa cita, cuántos de nosotros necesitamos sentir el amor del padre, en ocasiones sólo se necesita un par de palabras para llenar el vacío que en ocasiones te acompaña desde la niñez.
Cuando Dios me bendijo con el nacimiento de mi hijo, quise hacerle sentir que siempre podría contar conmigo, desde su niñez hasta la adolescencia estuve siempre cerca de él, después, él quiso estar más cerca de sus amigos que conmigo, al preguntarme por qué, pronto me di cuenta que mi hijo no tenía las mismas necesidades que las mías, era más independiente y no requería de mis consejos para resolver sus problemas, era tal vez el ejemplo de hijo que a mi padre le hubiese gustado tener; pero igual, siempre he esperado que se comunique conmigo de alguna manera, ya sea verbal o por escrito, para sentir que aquella fría filosofía de la vida acuñada por mi padre, no me haga pensar que hemos venido al mundo sólo para reproducirnos y darle continuidad a la especie.
Un día, mi nieto Emiliano cuando apenas tenía 3 años y al que considero tiene mayor sensibilidad para demostrar su amor, al verme escribir me preguntó: _¿Qué haces abuelo? No queriendo que el niño se percatara de que además de escribir rodaban un par de lagrimas por mis mejillas, sin voltear a verlo le respondí: _Te estoy haciendo una carta, el niño extrañado me contestó: _y para qué abuelo, sin no sé leer. _Para cuando no esté contigo y necesites saber cuánto te amé _le respondí.

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