En el ritmo de la Liturgia de la Iglesia Católica hoy se celebra el tercer domingo de Adviento, y la celebración de la Navidad está más cerca.
El Evangelio siempre es buena noticia; los creyentes están llamados a mostrarla y vivirla de ese modo; el texto del Evangelio de hoy, Mt 11, 2 – 11, da algunas claves.

Cuando se habla de compartir la Buena Nueva se sabe que la información es necesaria y hasta indispensable; sin embargo no es lo primero y lo más importante. Jesús no dice a los discípulos del Bautista unas palabras, sino que les ofrece una evidencia irrefutable, pidiéndoles que digan lo que están comprobando.

Llama la atención que los signos que muestra Jesús tengan una relación inmediata con el sufrimiento de las personas, sobre todo de los más pobres y excluidos de aquel tiempo. Es como si quisiera dejar claro que en la medida en que los más desgraciados de este mundo vayan siendo más felices, la presencia del Señor será también una realidad. Este paso del sufrimiento a la felicidad, el Evangelio lo expresa de manera tan clara que no deja lugar a dudas: “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios”.

Lo más interesante de esta transformación es que llena de posibilidades infinitas a las personas; así por ejemplo, el ciego que recobra la vista no sólo puede ver, también podrá orientar a otros; el cojo, no sólo podrá caminar, sino desplazarse a diversos lugares; y así todos los demás. Se presenta uno de los aspectos más radicales de la Buena Nueva de Jesucristo. La urgencia de la transmisión del Evangelio radica en que Dios quiere que cada ser humano conozca sus posibilidades de felicidad. Se necesita la transmisión de la Buena Nueva porque si cada ser humano se da cuenta de sus posibilidades, también será consciente de sus compromisos.

Entonces el anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo hace que la persona sea consciente de sus derechos y de sus compromisos.

Se puede orar con las palabras de la oración de la misa: “Dios nuestro, que contemplas a tu pueblo esperando fervorosamente la fiesta del nacimiento de tu Hijo, concédenos poder alcanzar la dicha que nos trae la salvación y celebrarla siempre, con la solemnidad de nuestras ofrendas y con vivísima alegría”.

Invito a seguir preparando el nacimiento del Señor, en el corazón de cada persona y en cada familia viviendo el amor.