No parece ser la mejor manera para el Instituto del Deporte en Tamaulipas abordar de esa manera el tema de los atletas intoxicados con alimentos al término de un evento en Ciudad Victoria, el fin de semana pasado.
Le diré el porqué de esta percepción personal.
La dependencia minimizó el problema o por lo menos trató de hacerlo, al señalar que los afectados sólo fueron 23 y remarcó esa percepción al agregar que apenas fue el 3 por ciento de alrededor de 700 participantes en la justa deportiva.
Movería a risa ese enunciado, si no fuera porque pudo haber sido un drama.
Debería el titular de esa área, no tiene caso mencionar el nombre, agradecer a la Providencia, al Destino o al Peñón de las Animas, a quien quiera, por el saldo blanco resultante de esa contingencia. Ningún chico o chica tuvo complicaciones graves y su recuperación fue general.
Pero no todas las historias similares han tenido un final tan feliz.
Se cuentan por docenas las experiencias trágicas en ese sentido en México. Y en la suma de ellas, muchos han sido víctimas mortales por consumir alimentos en mal estado. Igual que lo sucedido en Victoria.
Así, me felicito como tamaulipeco por no vivir en estos momentos pérdidas de esa naturaleza. Felicito a los padres de esos jovencitos por contar con sus hijos en saludables condiciones y de ribete felicito a las autoridades del deporte –aunque no sean quienes deben recibir esas congratulaciones– por salir airosos de una emergencia tan inquietante. Todo quedó en susto, por fortuna.
Pero por favor, no vuelvan a intentar restarle importancia a esas situaciones. Señalar que 23 intoxicados es “sólo” el 3 por ciento de los participantes no es para aliviar a nadie.
Imaginen si se atreven, sólo imaginen, si en lugar de 23 muchachos recuperados estuviéramos hablando de 23 víctimas mortales. O 15, o 7, o menos. Un solo caso mortal hubiera bastado para producir una dolorosa tragedia.
No, no es ningún juego. Aunque los afectados sean jugadores…
ALEGRÍA, PERO CON ORDEN
Voy a aprovechar este espacio para un comentario tan alejado de la política como cercano a nuestra vida común. La que todos compartimos.
Me lanzo al ruedo si me permite.
El domingo pasado tuve la oportunidad de dar un paseo por la plaza frente al Palacio de Gobierno de Victoria. Y debo corregir la frase: tuve la oportunidad de intentar dar un paseo.
¿Por qué establecer esa diferencia?
En lo personal, me encantan esas romerías. Disfruto de los alimentos, golosinas, antojos y espectáculos ofrecidos a los visitantes. Es una alegría verlos portando una doble carga de positividad, porque también representan para muchos una manera honesta de ganarse la vida. Tienen mi modesto apoyo.
Pero como todo en la vida, debe existir un orden. Y lo que se registra cada domingo en ese parque es una muestra de lo contrario. Es anarquía.
Resulta prácticamente imposible caminar entre empujones por los estrechos “senderos” que dejan tendidos, carritos, mesas, anafres, juegos infantiles y decenas de cosas más. Las bancas para el descanso son en buena parte acaparadas por los propios vendedores y el caminante termina por cortar en forma anticipada su recorrido ante ese mundo sin pies ni cabeza.
Que siga la fiesta, que siga la alegría, que sigan las oportunidades para quienes luchan por un ingreso honrado, pero las autoridades municipales o estatales –la verdad no sé quienes son los competentes en este caso– deben, es indispensable, aplicar un mínimo de control sobre la ubicación de los oferentes y el uso de los espacios públicos.
Caray, se trata de la plaza principal de la Capital del Estado, no del parquecito en una comunidad rural…
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