Para julio del 2006 la credibilidad y la confianza eran los principales valores con los que contaba el IFE, y digo eran, porque en este país nadie cree a pie juntillas nada, y además nadie confía plenamente en nada, pero desde el surgimiento de este esfuerzo democrático ciudadanizado, parecía que por fin se podría confiar en algo.

En aquel entonces escribía que el daño posterior a la elección federal fue irreversible y los efectos se habrían de sentir en el siguiente proceso electoral, cuando se volviera a convocar a la población para poder efectuar la jornada y se encontraran con una pobre y escasa intención de colaborar.

Independientemente de quien obtuviera el triunfo, con la simple revisión de las actas o con el lento proceso de recontar voto por voto, opciones previstas en el reglamento, la sociedad no se iba a tragar el cuento de quien ganó las elecciones.

Va a resultar sumamente difícil para el nuevo Presidente de la República, poder gobernar un país de escépticos y suspicaces, que pondrán en tela de duda todas las iniciativas enviadas, por la simple y sencilla razón de que el emisor estará descalificado de antemano, producto de una serie de prácticas erróneas del Instituto Federal Electoral.

Gane quien gane, anticipaba, será cuestionado severamente por la opinión pública, por la simple y sencilla razón, de que, a cualquiera de ellos, la sombra de la duda lo acompañará de manera permanente, aunque esa sombra no corresponda a su físico, sino a la de un enorme monstruo que se llama expoliación.

Y con una imagen así, deberá ser muy difícil poder mantener la gobernabilidad, independientemente de la conformación del Congreso de la Unión, pues es fácilmente predecible lo que pasará con la segunda y la tercera, fuerzas políticas del país.

A veces los matrimonios son sumamente necesarios, independientemente de quien embarace a quien.

Para poder gobernar bien, es necesario que la percepción sea tomada en cuenta. No basta con hacer las cosas bien. Si la sociedad percibe alguna irregularidad, aunque sea el mejor esfuerzo para sostener la economía, la descalificación será absoluta y contundente.

Y en el caso particular del IFE de aquel entonces, el 35% de la sociedad no creyó en el resultado final. Estaban tan polarizados los ánimos de la nación, que no había escenario posible donde se pudiera rescatar la credibilidad en una institución que intentó ser un órgano ciudadano de fe.

Los errores del IFE fueron: la notoria dependencia del gobierno federal, la falta de cuidado en el manejo de los elementos cibernéticos, la falta de argumentos congruentes para disipar las dudas y la clara tendencia de las respuestas.

Para explicarlo en términos de moda, es decir futbolísticos, el árbitro pitó un excelente partido, pero en los últimos minutos se le descompuso el panorama y como no había definición, marcó un penal que nunca existió.

En este país, nadie cree que el gobierno no tuvo nada que ver en los sucesos de Tlatelolco en 1968, como tampoco creen en la “Caída del Sistema” en 1988, tampoco cree en la teoría del asesino solitario de Lomas Taurinas, mucho menos en la confusión que privó de la vida al Cardenal Posadas Ocampo y lamentablemente desde ese día nadie creyó más en el IFE, pues Ugalde se encargó de sepultarlo al evidenciar el amasiato del PAN-PRI.

A tal grado que hubo necesidad de gestar el INE como alternativa salvadora de la democracia en el 2014.

El día de hoy veremos, si el INE tiene futuro, o seguirá los mismos pasos de su antecesor, para ello será de importancia la participación ciudadana, no solo en las urnas, sino también en las mesas receptoras de votos, pues lo que hundió al IFE fue precisamente la desconfianza en el instituto.

Y piensa bien quien cree que HOY, EL INE SE JUEGA TODO.

 

Jorge Alberto Pérez González

 

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