“Para el resto del mundo todos crecemos hasta hacernos viejos. Pero no para los hermanos y hermanas. Nos conocemos como siempre fuimos. (Clara Ortega).
Qué gran fortuna tener nueve hermanos, de niños fuimos muy unidos y en la adolescencia se formaron dos grupos, el de los hombres y el de las mujeres, donde la unidad fue el común denominador, al llegar a la adultez, después de haberse consolidado el Sacramento del Matrimonio, de nuevo nos constituimos en un solo grupo, tan firme, tan sólido y solidario como pocos; además se sumaron los cónyuges, de tal forma que fuimos veinte, y todos convivíamos como hermanos, como una gran familia; con el tiempo se sumaron los hijos, después los nietos y por último los bisnietos; pero como era de esperarse, cada uno, en su papel como padre o como abuelo, nos empezamos a involucrar en los asuntos de nuestra propia familia; a pesar de que ese tipo de situaciones, en ocasiones era muy demandante, con algún pretexto nos reuníamos, como lo hacía seguramente el hombre primitivo, alrededor de una fogata, para platicar aquellos asuntos que requerían el consejo de los de mayor experiencia. Ahora, debido a la situación epidemiológica que vivimos, estamos ensayando una nueva modalidad, para mantenernos unidos, y esto es, utilizando la vía virtual, y aunque no existe el contacto físico, las palabras se están transformando en los órganos sensoriales, capaces de hacernos sentir, en la distancia, el abrazo, el beso, la palmada en el hombro, la sacudida de cabello; demostrando con todo ello, el amor, el cariño, la compasión, la misericordia, la solidaridad.
En estos casi cinco meses de confinamiento, he podido hablar largamente con mi hermano mayor, a quien siempre que lo veía en casa de nuestra madre, lo invitaba a desayunar, comer o cenar en algún lugar para darnos la oportunidad de charlar como los buenos hermanos que somos; en su momento, mi hermano siempre se excusaba con algún pretexto. Recientemente platiqué largo y tendido con la mayor de mis hermanas, quien radica en Puerto Rico, platicamos de una manera tan amena, sobre la trascendencia del ser, que podía sentirse el contacto sensorial de una manera plena. Continúe siendo afortunado porque tuve una larga conversación también, con la sexta de mis hermanas, que radica en Monterrey N.L., ella vivía siempre muy ocupada, y cuando nos veíamos dejábamos muchos pendientes y en nuestra reciente interlocución, me llené de gozo al sentir que estamos espiritualmente en la misma frecuencia; con el resto de mis hermanos, radicados aquí en nuestra amada Ciudad Victoria, continúa con armonía nuestra fructífera relación.
Como bien se dice, no todo lo que se vive hoy en día, a causa de la pandemia, es negativo, nos ha dado un espacio en el tiempo, para reflexionar sobre la importancia de mantener la unidad familiar en todos los aspectos.
“Aunque eres diferente a mí, hermano mío, lejos de dañarme, tu existencia enriquece la mía. (Antoine de Saint-Exupéry).
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