¿Qué es más importante?
¿Abrigar siempre esperanzas en un futuro mejor o tratar de ser realista y pararse en la realidad?
Puede haber cientos de posibles respuestas a esa duda, pero en lo personal tengo la opinión de que en la vida uno de los valores fundamentales para no sufrir –más de la cuenta– es el equilibrio. Buscarlo por lo menos.
Como dicen en mi pueblo, Río Bravo: ni tan tan, ni muy muy…
En otras palabras, las dos percepciones, según las aplique, son positivas. Nunca hay que perder las esperanzas en conseguir algo pero tampoco hay que despegar los pies de la tierra en la búsqueda de sueños guajiros.
Lo anterior viene al caso por el arribo del 2018.
He escuchado docenas y docenas de puntos de vista sobre lo qué sucederá en este año. La mayor parte son producto de buenos deseos y algunos están normados por la lógica, la cual, como dice el terrible Pepito en uno de sus escabrosos chistes, a veces falla.
Así, las cosas, le invito a no eliminar la esperanza de su vida, pero cuidado, sin aventar toda su carne a un solo asador, porque se corre el riesgo de decepciones. Grandes decepciones.
Van algunos de las opiniones escuchadas en cafés y convivios, de las cuales dos en especial me llaman la atención. Va la primera:
Este año la economía de Victoria mejorará, porque el Gobierno del Estado por fin abrirá la llave que se ha negado en siquiera tocar desde que empezó la nueva administración, para que la capital deje de ser el “patito feo” de Tamaulipas.
La segunda: Este año también, el proceso electoral le dará oxígeno al enrarecido clima político que priva en el Estado, por la derrama financiera que dejan las campañas.
¿Tienen algún margen de posibilidad ambas ilusiones?
Prefiero pisar en firma en ese sentido: No las veo probables.
En el primer caso, en casi año y medio que ha durado el sexenio que rige a la Entidad, éste ha mostrado que no tiene intención de moderar el frío trato a los victorenses, en el cual han pagado igual tanto justos como pecadores. Y no porque no se pueda, sino porque no se quiere. Así de sencillo.
¿Y por qué no esperar una mejoría económica con las campañas?
La verdad es que lo que un día –muy lejano– era una fiesta para muchos, hoy está cada vez más cercano a un funeral. Los frenos financieros a los candidatos han hecho de esa búsqueda de votos una mascarada de lo que fueron y han convertido a esas acciones en un ejercicio dominado por contadores y abogados para sustituir a la alegría que las caracterizaba y las hacía tan deseables para todos quienes en ellas contribuía.
Hoy, vaya paradoja para la democracia, ganar en las urnas no es lo importante para un candidato, sino ganar en los tribunales. Como dice Catón en un juego de palabras, “hágame el refabrón cabor”.
En esas condiciones, ¿de veras se puede esperar un año mejor?
No…y sí.
No, porque la realidad aplasta en su pesimismo, pero sí, porque la naturaleza humana es no perder el espíritu de mejorar y crecer. Y en esa aparente contradicción, lo que en la opinión de su servidor debemos hacer no es preocuparnos porque el Gobierno del Estado se conduela de Victoria o porque los candidatos le den oxígeno a miles de familias. En lugar de esas zarandajas debemos preocuparnos –y ocuparnos– de tratar de ser felices.
Feliz, no importa que los necios no entiendan o que los soberbios se ahoguen en sus autocomplacencias temporales. Feliz, no importa que gane Andrés, Ricky o Pepe. Ya sabremos qué hacer con cada uno de ellos.
Feliz con sus seres queridos, con sus amigos o amigotes, amigas o amiguitas, con sus compañeros de trabajo, con quien usted se le pegue la gana, pero feliz.
¡Feliz Año Nuevo!…
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