Qué mejor ahora que estoy cansado, para hablarte… sí, a ti, al que tiene el deseo de escucharme, porque al hacerlo, te parece saludable, así como a mí me parece gratificante el poder decir lo que estoy sintiendo, y con ello, quiero despertar a ese corazón que ha permanecido dormido, por sentirse así en ocasiones, o siempre, aunque autónomamente palpitante, para darle vitalidad al cuerpo y permitir al cerebro estar activo para reparar los daños, o tan sólo para repasar lo acontecido.
Hablar, resulta para mí siempre saludable, hablo por mí y para mí, hablo para aquél que necesita que le diga lo que quiere escuchar, porque sabe que hay algo que le ha de faltar para estar feliz, para descansar o para abrir su diálogo interior y poder escucharse sin mentirse a sí mismo, de lo que le ocurre o ha de ocurrir por no darse el tiempo para meditar o para recurrir a un amigo para hablar.
Escuchar, resulta altamente saludable para mí y para todo aquel que sabe que necesita que alguien le hable, sobre aquello que lo inquieta, o en verdad lo mortifica.
Quedarse callado debe hacerse sólo por prudencia, sobre todo, cuando las palabras llevan la insolencia de un reclamo injusto o mal intencionado, o cuando por estar desesperado, queda en evidencia el ser tan desafortunado por no tener a nadie para hablarle, y mucho menos, para escucharle cuando existe una coincidencia que se quiere hacer sentir con impaciencia.
Hablar y escuchar para sanar no es cosa nueva, yo le hablaba al viento y mis palabras se perdían en el vacío de la soledad y de la nada, después te hablé a ti, mi Señor, y siempre me escuchaste, y el vacío se empezó a llenar de amor, que era lo que más necesitaba.
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