La alegría del Evangelio llena el corazón y vida de los que se encuentran con Jesús, palabras autobiográficas de Francisco, quien se encontró con Jesús y decidió vivir para él y para darle a conocer. Es la definición del papa y la clave de su pontificado.

 

El encuentro con Jesús que llena el corazón y la vida entera se produce por la fe que lleva a enjuiciar la propia vida y la realidad con una luz del evangelio acogido como palabra de Dios. Por eso, quien se acercó a Francisco desde otra perspectiva batalló para comprenderle. Comprendido como fruto de un corazón creyente, su pontificado se intuye en toda su grandeza.

 

Francisco se ocupó por subrayar lo que nos une. Como personas (situaciones de injusticia y vulnerabilidad, cuidado de la casa común) Como cristianos (condición bautismal, fundamento de la responsabilidad en la misión de la Iglesia)

 

El Papa subrayó contenidos esenciales del cristianismo con convicción de que, como en su inicio, la predicación de lo nuclear es el camino de adhesión a Jesús. Comenzar por el amor incondicional de Dios Padre a todos, que se manifiesta en Jesucristo su Hijo y que derrama su Espíritu en el corazón de los creyentes para sanarlos, perdonarlos e introducirlos en su intimidad, es el modo en que los cristianos transformaron su mundo y al que Francisco se sujetó en su tarea por mejorar el nuestro.

 

Su pontificado revela inconformidad de los creyentes estimulados por el evangelio para sacudirse inercias y buscar la conversión personal y estructuras de la iglesia. La herencia recibida de sus predecesores, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, buscó acrecentarla con decidida continuación de la lucha contra todo abuso en la Iglesia, su celeridad para adaptar la norma canónica a las circunstancias actuales o las reformas en la formación sacerdotal y enseñanza de las ciencias sagradas.

 

Somos testigos de cómo procuró ajustar su vida a su convicción de que «Dios solo sabe contar hasta uno». El número de cuestiones que asumió, la cantidad de personas que recibió, escribió o llamó, siguiendo sus problemas, revelan el corazón de quien ha querido ser padre de cada uno, parte de misión.

 

Francisco procuró vivir de fe y ha fallecido como Papa encomendando su alma al Dios de quien se supo amado, al que amó y al que quiso enseñar a tantos a sentirse amados y a amarle.