Si te preguntara en estos momentos: ¿En qué piensas? Seguramente me dirías que en nada, pero yo sé que piensas en todo, menos en lo que yo estoy pensando. Esa costumbre mía de pensar por otros, no es motivo de alegría, por el contrario, en ocasiones pareciera que por ello me estuviera ahogando en un mar embravecido cuando suelo pensar mal.
De tanto pensar y pensar, me estoy cansando, porque paso de una cosa a otra, sin poder adivinar lo que está pasando, pero, así sea que me quede sin pensar, estando con los ojos abiertos, sólo mirando el desconcierto y el caos que mi pensamiento suele causar, imaginando que largo es el camino que se tiene por caminar, imaginando que el destino me puede alcanzar. Esa costumbre mía de imaginar lo que no me está pasando.
Pienso para bien, cuando la luz de la posibilidad se asoma por el portal que quedó abierto, por el Gran Pensador que habita en el firmamento, dando paso a las vibraciones del conocimiento, que calladamente me hace llegar mientras las demás mentes que simulan reposar, están atentas, esperando al que ha de llegar. Esa costumbre mía de atender el llamado de Aquél cuya voluntad es más grande que la mía.
Pienso para mal, cuando la oscuridad suele llegar a ensombrecer los días de los que confiadamente no se quisieron preparar, para recibir la verdad que del cielo llegaría, y que nos dará la libertad de pensar para bien de noche y día. Esa costumbre mía de hacer de la realidad una fantasía.
Si el pensamiento no se revistiera de hipocresía, menos dolor habría, porque aquello que nos parece mal, en realidad no existiría ante la omnipotente fuerza del bien que emana del amor de Aquél que es motivo de nuestra fe y que por nosotros dio su vida. Esa costumbre mía, que se ha hecho una realidad a través de una palabra, una vez que mi ignorancia fue vencida.
Si pudiera cerrar los ojos para descansar debido a la fatiga, seguiría pensando, y el pensamiento cobraría vida, para poder soñar y llenar a mi espíritu de la alegría por despertar a una nueva vida. Esa costumbre mía, que se ha vuelto fervor para adorarte, mi Señor, de noche y día.
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