Si el pensar es un riesgo, actuar resulta ser provocativo, causal de inquietud y descontento, por eso muchas personas, prefieren dejarse llevar por la inercia, o se mantienen en un estado de confort, donde se pueda tolerar vivir a conveniencia con un bajo perfil, por ello, su presencia no molesta a nadie, no inquieta a nadie, se respira, se camina y se vive con cierto sigilo, se es casi invisible, o se puede tener la capacidad de transformarse en objeto de acuerdo a la situación que se presenta en el entorno.
Cuando se está en la medianía del todo, se termina por no ser nada, pues la vida se traduce al hecho del ejercicio biológico de nacer, crecer, reproducirse y morir; más, los que se atreven a cruzar la línea de la medianía, saben que son movidos por una fuerza interior que se define como voluntad y que expresa la condición autónoma y liberadora del espíritu.
Me muevo porque quiero, y por que quiero, voy hacia aquello que refuerce mi condición natural de ser libre, y al reconocer este atributo vital, me obligo a ser respetuoso con la libertad de mis iguales, con su libertad de expresión, de movilidad, de amar y de sentir de acuerdo a sus valores.
Aquellos que viven en la medianía del todo son conscientes de su condición y están en libertad de seguir viviendo en el límite y reservar su potencial para ejercerlo a su conveniencia.
Mi libertad de conciencia, basándose en los valores positivos, me permite discernir sobre lo que es bueno y lo que es malo, y estar en condiciones para actuar con honestidad, con equidad y con justicia; para mantener mi equilibrio emocional, lograr mi paz interior y emitir energía positiva para mejorar a mi entorno, a mi comunidad y a mi familia.
“No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo” (Voltaire)

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