Una maravillosa mañana de primavera, disfrutaba de la amabilidad de la madre naturaleza al lado de mi esposa, ambos estábamos recostados sobre una manta que habíamos tendido sobre la verde hierba de aquel paraje paradisíaco, nuestra respiración era armónicamente pausada y se mezclaba con los sonidos del entorno: el canto de las aves, el roce del viento sobre el follaje de los árboles, el viaje del agua en su recorrido por el cauce del arroyo cercano; ambos mirábamos el hermoso azul del cielo, de pronto ella suspiró y en seguida me preguntó: ¿Me amas? Sin voltear a verla y cerrando los ojos le dije: Tú sabes que te amo, y continuó diciendo: ¿Cuáles han sido los momentos más felices de tu vida? Entonces empecé a enumerarlos: El primero fue cuando me percaté de lo afortunado que era por el hecho de haber nacido; el segundo, cuando me sentí bendecido por Dios al saber que tenía padres.

El tercero, cuando me vi rodeado de hermanos; el cuarto cuando supe que tenía la capacidad de hacer grandes amigos; el quinto, cuando me enamoré por primera vez. En ese momento dejé de escuchar la pausada respiración de María Elena, abrí los ojos y la encontré sentada con los brazos entrecruzados, y me preguntó: ¿Cómo está eso de que te enamoraste por primera vez? ¿Cuántas veces te has enamorado?; La primera vez que me enamoré pensé que sería la única y la última, fue precisamente cuando te conocí, sentí una emoción tan grande, como nunca antes la había sentido en mi vida, al hacerlo, te aseguro que llegué a morir.

Ella, un poco contrariada me preguntó: ¿Cómo está eso de que moriste? Así es, morí a todo aquello que había dañado mi espíritu y resucité a una nueva vida; en tu amor reconocí el mismo amor que Jesucristo tiene por todos nosotros, un amor único y para toda la eternidad. Pero ella pareció no estar muy convencida de lo que estaba diciéndole, por eso insistió con cierta energía ¡Pero tú me has dicho que has tenido otros amores, y en estos momentos quiero saber cuáles fueron! Tienes todo el derecho de saberlo le dije y ahora lo sabrás. La segunda vez que me enamoré de una mujer, te confieso que me sentía confundido, me preguntaba una y otra vez, cómo era posible que pudiese compartir aquel amor que ante el altar sólo había consagrado para ti, pero te aseguro, que no pude resistirme, aquella enorme emoción regresó y cimbró mi espíritu de manera tal, que venció todas mis fuerzas.

Ella se puso de pie y me exigió que le diera el nombre; me incorporé también, para mirarle directamente a los ojos, la tomé por los hombros y le dije: Se llama Kattia, y es nuestra hija, y luego me enamoré una vez más de María Elena y otra vez más de Cristian, nuestros amados hijos, y he de confesarte también que lo mismo me ha ocurrido con nuestros nietos. Si te he fallado… Perdóname.

Correo electrónico:
enfoque_sbc@hotmail.com