El vagabundo me dijo un día: Si tuve hogar, ya se me olvidó, si tuve dinero, seguramente me lo gasté, si tuve amigos no lo recuerdo, pues nadie me detuvo en mi errático andar, nadie se fue conmigo. Hoy me di cuenta que no estaba mudo, porque pude hablar, porque cuando me fui aquel día, no hubo de quien despedirme, no hubo, quien bendijera mi partida, todo ocurrió en un tremendo silencio, el único ruido que podía distinguir era el que había en mi conciencia, de hecho, si alguien se fijó en mí, por mi aspecto de abandono y descuido, seguramente pensó que además de pobre era mudo, un indigente más como muchos, un deshecho de la sociedad exigente que me dio por hogar la calle, por la cual caminé sin rumbo fijo, iba de aquí para allá, cruce fronteras imaginarias, perdí la noción del tiempo y del lugar; como alimento para sobrevivir, tomaba el pan que cae de la mesa del afortunado, incluso, de lo que les había sobrado, e iba a parar al bote de la basura, más he de confesar, que por ello nunca me sentí humillado, ni perdí mi dignidad; cuando me llegaba el cansancio y caía la noche, tenía por cama lo que me ofreciera la calle, lo mismo era una dura banca, que el mismo suelo sobre un petate; la lluvia no sólo fue para mí tan refrescante, sino que fue la fina regadera donde mil veces me bañé y me limpié de la cochambre, más he de confesar que mi alma siempre permaneció limpia, porque jamás permití que lo que suele manchar afuera, me manchara por dentro; mas, si habría de secarme el cuerpo, dejaba que el viento fuera el instrumento para tal fin. De las estrellas y la luna, por las noches, siempre recibí un buen consejo, porque calladas como yo, entendían a la perfección mi lenguaje, y al despertar el día, emprendía de nuevo el largo viaje con mi equipaje ligero, por los caminos anfractuosos o parejos, sintiendo que mis pies sufrían, un tanto por la dificultad para darles masaje, otro por recorrer distancias tan lejos.
Si soy joven o viejo no lo sé, no cuento con un espejo para ver el reflejo de lo que fui o he dejado de ser, lo que sí creo, es que soy es más de lo mismo, un hombre sin ambición de poder, sin ataduras, sin compromiso, pero dueño del piso que voy pisando, eso, con orgullo lo sé, porque por ello nadie me ha reclamado el derecho de propiedad sobre mi ser, nadie por el camino, me ha faltado el respeto, será porque nadie camina conmigo, sólo yo y el paisaje, y cuando quiero platicar, me siento al borde del camino, para hacerlo con las piedras, esas, esas sí saben escuchar, son tan calladas, pero insensibles como muchas personas que se cruzaron en mi destino. Duras, duras como las rocas que son, peligrosas si de ellas te vuelves enemigo, tranquilas si las dejas reposar en el lugar del suelo donde se alojan, y sí, he descubierto una cosa, no tienen corazón, igual que muchos humanos que se dicen hermanos y bien que saben fingir, pero igual que las rocas, calladitas estarán hasta que alguien la quite del camino, para que no puedan estorbar a este vagabundo, que de tanto caminar, un día encontrará lo que busca en el mundo.

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