Desde el sedentarismo cotidiano, donde el tiempo pasa descansando, agotando paulatinamente al cuerpo y al cerebro, por los días estresado, donde los pensamientos se aglutinan, esperando salir al encuentro de lo inesperado, para dar respuestas a quienes tienen dudas de reales o supuestos males encontrados.
Sillón de múltiples funciones, que igual percibe en su respaldo las dolorosas contracciones musculares de un quejoso dorso atribulado, por horas de malas posiciones, que con ellas pretende agudizar los sentidos ante tantas y tantas peticiones, reclamos y exigencias de amplias y eficaces soluciones.
Sillón de color púrpura encendido, que contrasta con la palidez de la piel aprisionada entre la angustia y el hambre sin sentido, entre la rigidez y el peso visceral que se niega a dejar de quejarse por que su actividad nunca se ha realizado por costumbre.
Sillón que simula verticalidad y cortesía, que se funde al cuerpo, para ser una sola pieza y denote la entereza de quien se mantiene firme ante la exigencia propia de su otrora gallardía, sin evidenciar la avería interior que le cobra la osadía de retar al tiempo por amor.
Sillón que amortigua los sonidos de las quejas de las doloridas vertebras, que con el tiempo, por descuido, ha perdido su especial eje definido, de temblores finos, ante la flaqueza de no poder pensar con la cabeza, cuando la situación se tensa y amenaza con llevar las cosas al abismo de la inconsistencia.
Sillón que si hablara, podría contarle a aquellos que se quejan de tan noble profesión, que desestiman y desprecian sin razón, el esfuerzo de permanecer atento y con todo el corazón, a ofrecerse en vida, si así lo amerita la ocasión.
Sillón que en silencio espera el nuevo día, para seguir acogiendo la esperanza, la templanza y la pureza de una profesión, que exige a quien la practica con verdadera vocación, cumpla con la misión que Dios le otorgó en su vida con justicia y con razón.
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