Un buen día, mi nieto Emiliano me dijo: Abuelo cómprame herramientas de labranza, pues quiero sembrar unas semillas en el patio de la casa. ¿Qué tipo de herramienta quieres? No sé, tal vez sería bueno un pico y una pala, necesito preparar la tierra. ¿Y qué semillas vas a sembrar? No sé, tal vez sandía, melón y calabacita italiana, pero primero tengo que arrancar la hierba, porque con la lluvia ha crecido mucho. Meses después, mi nieto salió cargando una enorme sandia en los brazos, mi esposa, entusiasmada le tomó una foto; mi nieto la apuraba diciendo que pesaba mucho, pero aseguraba que no sería por mucho tiempo porque la partiría, aunque le preocupaba que no tuviera una coloración pareja en todo su contorno.
Días después le pregunté si había estado dulce el fruto, y Emiliano confesó: No sé, me pareció dulce, no tanto como yo esperaba, pero está comible, ¿por qué sería abuelo? Tal vez debiste dejarla madurar más tiempo. Pero si tú viste el tamaño, apenas la pude cargar. Bueno, eso debería dejarte un buen aprendizaje. No entiendo, abuelo ¿Me permites darte mi humilde opinión? Claro, viniendo de ti que seguramente tienes más experiencia que yo en sembrar, podré mejorar mi técnica la próxima vez. Cuando tú me comentaste los buenos deseos de hacer algo positivo durante la pandemia, y eso era sembrar un huerto familiar, me pareció excelente, pero noté, que no tenías muy claro lo que deseabas hacer, y había una serie de dudas que lo confirmaban; a mí no me preguntaste en ese momento el cómo lograrías tener éxito en tu proyecto, me pareció que lo más importante era el hecho de que estuvieras motivado a realizar algo diferente, y que tal vez, si yo te explicaba algo sobre el procedimiento podrías desmotivarte, porque deberías tener acceso a una fuente de información sobre huertos familiares, para garantizar el éxito de tu encomienda.
Pues me hubiera gustado tenerla; al principio vigilaba el cultivo, lo regaba, pero empezó de nuevo a crecer la hierba y ya no pude distinguir cuales plantas era de sandía, cuáles de melón y cuáles de calabacita, de hecho, como se tardaban mucho en dar fruto, prácticamente que abandoné el cultivo; pero un buen día me sorprendí al ver que las sandias sobresalían en el matorral y me emocioné nuevamente.
Pero has de estar de acuerdo conmigo en que seguías ignorando muchas cosas como el hecho de en qué momento cosechar; en lo particular, me pareció una valiosa experiencia, pues a pesar de que tuviste muchos inconvenientes, lograste obtener frutos, gracias a tu esfuerzo, ahora imagínate si te hubieras informado más sobre ese tipo de cultivos, podrías haber obtenido más producto; sembrar no es cosa fácil, imagínate cuando se quiere sembrar otro tipo de semillas en el hombre. ¿En el hombre? Sí, un ejemplo es la Palabra de Dios, ¿recuerdas la parábola del Sembrador? La verdad no la recuerdo. “Salió una vez cierto sembrador a sembrar; y al esparcir los granos, algunos cayeron cerca del camino; y vinieron las aves del cielo y se los comieron. Otros cayeron en pedregales, donde había poca tierra, y luego brotaron, por estar muy someros en la tierra, mas nacido el sol se quemaron y se secaron, porque casi no tenían raices. Otros granos cayeron entre espinas, y crecieron las espinas y los sofocaron. Otros en fin cayeron en buena tierra, y dieron fruto, donde ciento por uno, donde setenta y donde treinta. Quien tenga oídos para entender, entienda.” (Mt 8:3-9).
Hoy quiero sembrar la semilla del amor en tu corazón. ¿Pero quién te dijo que en el corazón se pueden sembrar semillas? Aquél, quien es el camino, la verdad y la vida.
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