Nunca sentí tanta nostalgia por la ausencia de mi madre, como cuando recién me fui a estudiar a la Ciudad de México. Por primera vez tuve que enfrentarme a mis problemas cotidianos, sin contar con su apoyo y su consejo, y abrirme a experimentar mis propios intentos por establecer nuevos vínculos sociales y emocionales, para poder transitar de la comodidad que implicaba el ser hija de familia, al intento de convertirme en una mujer independiente.

Fue muy difícil romper la codependencia que mantenía con mis padres y mis hermanos, principalmente con mis hermanas, con las que convivía de forma muy cercana.

Recuerdo que, en los primeros meses, justo después de concluir mi última clase de la semana, más tardaba en regresar al departamento donde vivía que, en salir maletas en mano, rumbo a la central camionera.

Permítanme traer a mi memoria aquella ocasión en que se acercaba el Día de las Madres y no me importó llegar en la madrugada a Ixtlán, ni recorrer sola sus calles silenciosas. Siempre recordaré que no encontré a mi paso ni un alma, desde la terminal donde me bajé, hasta la casa de mis padres. Eran otros tiempos.

Unos días antes del 10 de mayo me puse a reflexionar que regalo le iba a llevar a mi madre, que detalle podía ser el mejor para celebrarla. No quería llegar con artículos como plancha o cuchillos, toallas o mantelería; no, buscaba algo que le hiciera sentir cuánto la amaba.

Ella disfrutaba mucho su jardín. Le encantaban las rosas. Así que me decidí por llevarle flores. Entonces invité a la Maestra Rosalía, quien me había acogido en su casa, para que me acompañara al Mercado de Jamaica, ubicado en el mero centro histórico, segura de que ahí encontraría las más hermosas variedades para elegir. Y así fue, pero esta vez no fueron rosas, me decidí por un enorme ramo de varitas de nardo aún sin abrir.

Envueltas en un papel especial y amarradas con lazos de ixtle muy delgados, las 12 docenas de tan olorosas flores, llenaron el ambiente en el camión, hecho que muchos de mis compañeros de viaje agradecieron. Cuando divisé las luces de mi pueblo me sentí feliz y emocionada. Imaginaba su aroma envolviendo a mi madre al abrirme la puerta y ver su rostro con esos enormes ojos negros llenos de luz, sonriéndome. Fue una experiencia inolvidable.

Hace apenas unos días festejamos el Día de la Madre y como cada año vi a mi alrededor la algarabía propia de la celebración. Almacenes repletos de gente buscando el regalo para mama, restoranes llenos de familias conviviendo y agasajando la maternidad. Los mensajes de felicitación saturaron las redes y las fotografías festivas tapizaron Instagram, como testimonio de lo vivido.

Pero me cuestiono, hasta dónde nos dejamos influenciar por tanta mercadotecnia y giramos en torno de lo que nos marcan las reglas sociales, en lugar de apapachar a nuestra madre cada día, no con regalos costosos, con flores y cenas de gala, sino con detalles que le hagan sentir que la amamos, que forma parte de nuestra vida, que no está sola, que cuenta con nosotros, como adultos agradecidos.

Recibimos de ella el don de la vida, existimos gracias a su aceptación y a sus cuidados. Llegamos a sus brazos sin un instructivo que garantizara que no se iba a equivocar. Así que aprendió con nosotros a ser madre, con la práctica diaria. Fuimos en sus manos como un ratón de Indias donde experimentando fue descubriendo como hacer y que dejar de hacer.

A diferencia del recién nacido, el convertirse en madre no le dio las herramientas necesarias en forma automática para saber educar, para formar el alma de sus hijos. Acertando o equivocándose, pero a su manera, segura estoy, intentando moldear de la mejor manera el carácter de cada uno. Enfrentando la rebeldía propia del que intenta lograr su independencia y convertirse en un ser autosuficiente.

Cuántas madres viven hoy en soledad, abandonadas, deprimidas. Sus hijos adultos, tal vez no han logrado la madurez plena de la mejor forma y cargan con resentimientos o conflictos no resueltos que les impiden hacer una llamada o mandar un mensaje, evidenciando el dolor o el rencor acumulado.

Poetas famosos, escritores y muchos pensadores a través de los años, han dedicado frases especialmente construidas para destacar el amor de madre. Me llama la atención esta que escribió el Nuncio de Magliano, Italia: “Cuando se produce un nacimiento, no solo nace una nueva vida, sino que nacen miedos y esperanzas. Nace una madre y sigue siendo Madre para toda la vida”.

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