En las lecturas Bíblicas que se escuchan en la misa de este domingo se invita a centrar la reflexión en la humildad. En la primera lectura tomada del libro del Eclesiástico, 3:19-21. 30-31, muestra la sabiduría que se desprende cuando se vive con esta virtud: actúa con humildad “y hallarás gracia ante el Señor”, o aún “hazte tanto más pequeño cuando más grande seas. Porque sólo Dios es poderoso y sólo los humildes le dan gloria”.

El texto del Evangelio, Lc. 14:1, 7-14, pone el acento en la práctica oportuna de la humildad: “el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”.

La carta a los Hebreos 12:18-19. 22-24, presenta el fuerte contraste entre la percepción de Dios en el Monte Sinaí: “los israelitas no querían volver a oír nunca la voz del Señor, y la percepción de Dios en el monte Sión: “se han acercado a Sión, el monte y la ciudad del Dios viviente. A Jesús, el mediador de la nueva alianza”. Es decir, entre el Dios del Antiguo Testamento y el Dios del Nuevo Testamento.

Las tres vertientes de la relación de la persona: con Dios, con los demás y con uno mismo pueden ser una fuente de sabiduría. Pero cada persona se tiene que fijar en cómo se produce esa relación.

Respecto a Dios, no es lo mismo una relación desde el temor que desde el amor y, con todo, quizá los dos sentimientos, el temor y el amor en referencia a Dios, se pueden encontrar en cada persona.

Es la vivencia descrita en la segunda lectura cuando compara la experiencia del Sinaí con la experiencia que genera Sión. La práctica humilde en la relación con Dios debería llevar a la experiencia del Nuevo Testamento, donde es más relevante el sentimiento del amor de Dios que el del temor.

Ante Dios la persona reconoce su pequeñez, pero este reconocimiento se puede hacer con el tono del Himno de la Santísima Virgen María (Lc. 1:47-55) o con la actitud que revela la plegaria del fariseo (Lc. 18:9-14). En el himno de la Santísima Virgen hay agradecimiento; en el fariseo hay exigencia y comparación con el otro, respecto al cual se siente superior.

Son dos polos opuestos. Y se puede deducir cual es la actitud que place a Dios.

Sobre la relación con los demás, el humilde no gusta compararse con nadie, ni tampoco busca competir; sabe y acepta su realidad, por eso a menudo se dice que el humilde acoge la verdad, es decir, acepta de corazón lo que es y cómo es; y con la seguridad de que Dios lo ama como es.

El humilde confía en Dios y sabe transmitir esta confianza a los demás. Cree en él porque sabe que Dios cree en él y no tanto por sus fuerzas. El humilde se acoge a sí mismo como ha de acoger incondicionalmente al otro.

Se puede orar con palabras del Salmo 67: “Dios da libertad y riqueza a los cautivos. Ante el Señor, su Dios, gocen los justos, salten de alegría. Entonen alabanzas en su nombre. En honor del Señor toquen la cítara”.

Que el buen Padre Dios les comunique su amor, paz y alegría.