Dicen los comerciantes y empresarios que quien aporta el recurso es quien maneja las directrices a seguir, es decir, el que paga, manda, y en ese sentido sabemos que cuando vamos a un negocio así acontece por lo general: los que aportamos somos los “buenos” para decidir o hacer que valgan las cosas.
Y en la administración pública cambian las cosas, porque no siempre el que paga es el que manda: estamos supeditados a gente que no tiene vocación ni capacidad a veces para dirigir o administrar, producto de lo que conocemos como “dedazo” o imposición, y que tanto daño ha hecho al sistema político y burocrático mexicano, ya que nos ha ubicado a cada espécimen que no tiene idea de lo que debe hacer, encontrándonos con verdaderos ineficientes que han logrado dejar a México en un agujero difícil de sobrellevar, y lo mismo aplica en las entidades federativas.
Supuestamente, los ciudadanos debiéramos mandar en una comunidad en la que hay gobernantes que también, deberían hacer lo que se les exige. No se acuerdan estos últimos que son elegidos por nosotros para servirnos. Como bien decía aquel dirigente obrero Diego Navarro, que los políticos no entendían que eran algo así como sirvientes de los ciudadanos, sin que lo anterior vaya a ser ofensivo para aquellos funcionarios de nuevo cuño que son más delicados que nada, y ue todo les estorba, sintiéndose “de angora” o, como decía aquella conocida mujer. “la última coca del desierto”.
Hoy, los funcionarios se creen “bordados a nano” y piensan que nos hacen un favor por gobernarnos, cuando realmente les hemos dado una inigualable oportunidad de servir que han cambiado por la de hacerse insultantemente ricos en un período, sea cual sea el cargo.
No entendieron las palabras de Diego Navarro y no sacaron a flote su vocación de servicio a los demás, ni la maravillosa oportunidad de que hubiera en su currícula la leyenda de haber servido a los demás eficientemente.
Se olvidaron de servirnos, de entender qué es lo que se quiere para ellos, y de esa forma, se olvidaron de los principios de la buena política.
Y en eses sentido, los ciudadanos somos quienes de alguna manera mantenemos a este grupo de personajes: los políticos viven de nosotros, aunque les parezca indigno, pero los lujos a los que acostumbraron a sus herederos son producto de fortunas que han amasado cobijados en cargos que la ciudadanía ha permitido.
En ese sentido, si los ciudadanos somos los que los mantenemos, sería interesante que entendieran que somos los que mandamos y procurar cumplir con nuestras expectativas, haciendo de su administración un ejemplo de servicio y vocación comunitaria.
Eso y más merecemos, aunque, a juzgar por los resultados, pareciera que no es una aseveración adecuada, porque las decisiones que mu,chas veces hemos tomado realmente son punto más que malas.
Y es la hora de valorar lo que queremos, pero para tal efecto, también tenemos que ser conscientes de lo que aportamos: quien no paga sus impuestos no tiene derecho a externar opinión ni a exigir. No es prudente no cumplir y pedir que otros cumplan. No es ético.
No es moral, dicho de una forma tácita.
Y es aquí donde surge el exhorto a pagar los impuestos que nos corresponden, y hacer que la autoridad cumpla. Victoria merece un trato digno y adecuado, pero si no hacemos la parte ciudadana que nos corresponde, difícilmente podremos lograr que nuestras autoridades cumplan, y no porque no tengan capacidad, sino porque no tienen el interés ni la forma de exigir de nadie, absolutamente nadie.
Para exigir un buen alcalde y una buena administración se necesita ser un buen ciudadano, un buen causante, un buen tamaulipeco, al corriente de sus obligaciones para pedir exigencia en sus derechos fundamentales… y los otros.
Comentarios: columna.entre.nos@gmail.com