Y después de tanto caminar por los senderos serpenteantes del campo, deleitándome a más no poder de la grandiosa naturaleza, en entera comunión con el entorno que obraba a favor, para hacer más agradable mi estancia en los años maravillosos de mi juventud, que nos ofrecía en ese irrepetible tiempo, gozando de un cielo azul inolvidable, un suave viento fresco como ninguno y la buena fortuna de llegar al ojo de agua que brotaba del corazón del cerro, para hacer válida la esperanza de refrescar nuestra piel, de saciar nuestra sed, para tirarnos después en el mullido pasto, reflejo de aquella abundancia, para ver en la imagen, que como lienzo pintado, dibujaba el retrato de aquel desvencijado barril, que en su momento, fue a propósito dejado ahí, para que el chorro del agua que se deslizaba cuesta abajo se recolectara y fuera llenado, para que al verse rebosado, los caminantes de los trabajadores del campo, que llegaban agotados después de las rudas faenas, como pidiendo perdón, apoyando las rodillas al suelo simulando una oración, haciendo cuna en sus manos como agradeciendo al Señor, tomaran sin ningún temor el vital líquido que necesitaba su cuerpo.

¿Cuántas veces fui al lugar de magia y encanto? tantas como para no olvidarlo, tantas, como para soñarlo y otras tantas veces, para dejarlo grabado en mi mente y así poder disfrutarlo cada vez que saliera a buscar la felicidad que se me había otorgado, primero cuando fui niño, después cuando joven y enamorado te buscaba, para que estuvieras a mi lado, sintiéndote igualmente feliz, por ser como yo, tan afortunado.

¿Y ahora que ha pasado? Ni campo, ni veredas serpenteantes, ni cerro, ni ojo de agua, ni cómo calmar la sed de seguir enamorado de la tierra que me obsequiara el conocimiento del placer de vivir.

Correo electrónico:
enfoque_sbc@hotmail.com