¿Por qué no hablas abuelo? Esta frase me la ha dicho en varias ocasiones el más pequeño de mis nietos, él tiene 2 años y se llama José Manuel, la verdad, no le había puesto mucha atención, hasta que logró inquietarme con esa pregunta, entonces hablé con él y le pregunté: ¿Por qué me dices eso José? El niño me miró fijamente con sus grandes ojos y con una expresión de indiscutible inocencia dibujada en su angelical rostro me contestó: Porque te callas y no hablas. Y ¿qué quieres que diga? José respondió: Eso que callas, lo que no te deja hablar.
Es que no tengo nada que decir hacia afuera, por eso, en ocasiones nos mantenemos en silencio, pero seguimos hablando por dentro. Y ¿con quién hablas adentro? En ocasiones conmigo mismo, otras veces hablo con papá Dios.
Y ¿por qué no quieres que nadie escuche lo que hablas con papá Dios? es un secreto o qué. No, no es un secreto, hablar con Él, es algo que siempre puedes compartir con todos, porque de esas pláticas siempre se dicen cosas buenas. José movió su cabeza de un lado a otro y el cúmulo de caireles parecía prolongar su manifestación de una negativa surgida de algo que le pareció incomprensible, después salió disparado en busca de su hermanita María José, tal vez para contarle parte de lo que habíamos hablado, o tal vez, para seguir jugando.
Mientras tanto, yo me quedé ahí analizando ese encuentro, donde la edad parecía no ser un obstáculo para establecer una buena comunicación, por mi fe, diría que el encuentro fue entre dos almas amorosas que buscaban sanarse mutuamente, ya que José ha estado padeciendo de fiebre inespecífica, y a mí me ha aquejado una sensación de orfandad, por haber emprendido un viaje por el desierto de mis inconsistencias, mis desaciertos, tratando de fortalecer mi fe al vencer todos los obstáculos que he encontrado en el camino y tratan de apartarme de la fuente de agua viva; seguro estoy que lo que más me ha pesado en este viaje, es el egoísmo, porque no me ha permitido del todo renunciar a mí mismo, para amar como Jesús me ha enseñado.
Cuánta resistencia, cuántas caídas y cuánto dolor voy dejando por el camino, en ocasiones me abandona la fuerza física, pero me levanta la fuerza del espíritu, tal vez mi amado nieto José, de inocencia incuestionable, cuya alma es pura, me ha encontrado en los momentos de mis caídas, cuando estoy callado, cuando no hablo, tal vez sus grandes y expresivos ojos, su mirada de misericordia, me hace levantar, tomar de nuevo mi cruz, para seguir caminando hasta encontrar la paz tan anhelada, darme a los demás, y ayudarlos a encontrar también su paz interior.
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