Hay una tentación que acecha todo el tiempo al oficio del historiador: predecir el futuro. Es habitual que ocurra cuando se trata de historiadores situados en la perspectiva de la historia universal, que es la escala que nos permite ver panorámicamente la marcha de los siglos como bastidor temporal dentro del cual se mueven imperios, pueblos y naciones.

Otra cosa es lo que ocurre cuando se trata de historiadores especializados en algún tema en especial (revolución mexicana, expropiación petrolera, historia de China o de Rusia, historia regional), que quedan confinados a las fronteras de su especialización nada más y que, por lo general, presentan limitaciones para ver más allá de tales fronteras y percibir a distancia el macro-telar de cada época.

Hace un par de meses he podido terminar un libro extraordinario, que ya he referido fugazmente en este espacio: Breve historia del futuro de Jaques Attali, un economista, historiador y ensayista francés de amplia trayectoria pública nacido en Argelia en 1943, que fue presidente del Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo, Consejero de Estado de Francia y, entre otras muchas cosas más, asesor de Francois Miterrand.  

De él conocía otro libro magistral Carlos Marx o el espíritu del mundo, el cual me remite a una comparación inevitable: Su libro sobre el futuro se despliega desde una visión panorámica multisecular con gran capacidad de síntesis, muy similar a la de Marx, cuestión que me permite deducir que, así como Marx resumió su época en sus libros fundamentales, Attali ha querido de alguna manera resumir la nuestra en Breve historia del futuro para despejar sus claves y tendencias fundamentales, y extrapolarlas algunas décadas hacia adelante a fin de que podamos visualizar más o menos cuál es el futuro que nos espera.

Para ello, hace un ambicioso recorrido desde la prehistoria hasta el presente, combinando la perspectiva de la antropología y la arqueología para centrarse luego en el despliegue histórico del capitalismo y la tecnología.  Para efectos de comprender los mecanismos de organización y movimiento de la humanidad, define tres tipos de poder: el religioso, a partir del cual se organiza lo que denomina el orden ritual, el militar, del que se deriva el orden imperial, y el económico, del que se deriva el correspondiente orden mercantil.

La tesis medular del libro tiene de alguna manera una resonancia marxista nuevamente, pues sostiene Attali que, tendencialmente, la estructura económico-productiva y la tecnología es la que ha terminado por subordinar (aunque no eliminar) al resto de las estructuras, es decir, que el orden mercantil es el que ha venido a ponerse en el centro de la dinámica fundamental de la historia por encima del ritual (centrado en lo religioso) y del imperial (centrado en lo militar). Esto y no otra cosa es lo que se destila en toda la obra de Marx, que hizo de la producción el epicentro explicativo no ya nada más de la economía, sino de la antropología, la historia y la filosofía de la historia.

Al centrarse luego en la dinámica histórica del capitalismo, Attali añade también los enfoques de Schumpeter para dividirla en lo que denomina períodos o formas: en cada forma, las relaciones sociales y productivas se organizan alrededor de ciudades, que define como corazón del sistema y que es donde se acumula el capital, mecanismo que a su vez se transforma en atractor de lo que llama la clase creativa (industriales, técnicos, científicos, financieros, artistas: recordemos que para Schumpeter la clave de la economía está en la innovación y en la dinámica derivada como su consecuencia necesaria, que es lo que llamó destrucción creativa).  

De esta suerte, explica Attali la historia en función de las formas fundamentales del orden mercantil, identificando nueve formas históricas centradas en una ciudad, una tecnología y un producto dominantes, quedando la secuencia desplegada alrededor de los siguientes polos urbanos: Brujas (siglos XIII y XIV), Venecia (del XIV a principios del XVI), Amberes y Génova (del XVI al XVII), Ámsterdam (del XVII a los albores de la revolución francesa), Londres (durante todo el siglo XIX), Boston (de fines del XIX a la crisis de 1929), Nueva York (de la crisis de 1929 a fines de la década de 1970) y Los Ángeles, que es la ciudad en donde, a partir de 1980, están definidas las variables fundamentales de nuestra era según el criterio de Attali: el microprocesador como tecnología y la comunicación y el entretenimiento como producto dominantes.

Pero no se trata obviamente de que todo sea un despliegue armónico y coordinado, sino de una exposición desde cuyo esquema es posible definir el sistema de contradicciones fundamentales de la historia, dentro de cuyo horizonte futuro es previsible incluso que el predominio hegemónico de los Estados Unidos llegue a su fin alrededor de 2025, es decir, a unos cuantos años nada más. A todas luces es evidente que su principal rival a estos efectos es y será China.

En todo caso, Breve historia del futuro es un ensayo provocador, inquietante y, sobre todo, riguroso, que con mucha solvencia se mueve en esquemas temporales de siglos y milenios para dejarnos preguntas completamente coherentes, plausibles y bien fundamentadas sobre la dirección que ha de tomar el mundo en los próximos años y décadas a la vista del movimiento de los siglos, en un cuadro de configuración en donde el tipo de poder derivado del orden mercantil, es decir, el poder económico, será la variable que pondrá en jaque al resto de estructuras de poder; que ya lo estamos viendo reflejado en empresarios multimillonarios (Bill Gates, Elon Musk, Jeff Bezos, etc), cuyas fortunas siguen creciendo.

A este respecto dice Attali que lo que es posible vislumbrar en un futuro es la consolidación de una suerte de democracia de mercado mundial en donde la libertad individual termine siendo el vector decisivo de la historia. En esto se parece un poco a Francis Fukuyama, lo que a mí me hace guardar ciertas reservas y me hace recordar aquello que le respondiera Lenin al socialista español Fernando de los Ríos en una visita a la Unión Soviética, en medio de la cual le preguntó de los Ríos de bote pronto: pero ¿y la libertad?, a lo que Lenin respondió en automático: ¿libertad para qué?  Es obvio que Lenin estaba pensando en la diferencia entre la libertad negativa (libertad de) y la libertad positiva (libertad para), que no es lo mismo. ¿En cuál estará pensando Attali?

*La autora es Secretaria General de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión.