Mira que mucho tiempo me la pasé creyendo, que por tenerte tan cerca y todos los días, nuestra presencia era como si ambos nos viéramos en un espejo, donde acaso nos asomábamos para peinar nuestro cabello o para arreglar algún desperfecto de la cara.

El tiempo… el tiempo pasaba y no lo sentíamos, porque a nuestros ojos, nunca nos consentimos viejos, siempre éramos los mismos, y en ese ir y venir de lo que llaman las rutinas, sin darnos cuenta, dejamos escapar tantos maravillosos momentos, al no detenernos, para vernos a la cara, para sentir el calor que emanaba de la piel de nuestras manos, para vernos con deseo a los ojos, para sentir que existíamos, y que darnos cuenta, que algo más fuerte que la simple compañía, era lo que nos mantenía unidos, para hacernos sentir que aún estábamos enamorados.

Sin darnos cuenta, el tiempo, el mismo tiempo que con un soplo de viento, a veces cálido, otras frío, llegaba a nuestras vidas anunciando, al igual que el cambio de las estaciones en la naturaleza, el cambio natural que obra sobre nuestros cuerpos, cambiando sin sentirlo, viviendo sin sentirlo, eternizando una ilusión que nos mantenía dormidos, cuando deberíamos estar despiertos.

Hay ausencias que se viven en la estrecha cercanía, ausencias ingratas, que nos hacen despertar cuando se está en una perenne vigilia inesperada, que nos mantiene en una estado de aceptable complacencia, pensando que lo nuestro no tiene fecha de vigencia; hay momentos en mi vida que no desearía que llegaran, porque cuando más te necesito, no te tengo junto a mí.

Regresa pronto y prometo, que en adelante no dormiré más cuando estoy despierto.

Correo electrónico:
enfoque_sbc@hotmail.com