“Quien trae en desorden su propia casa, no poseerá más que aire; y el necio habrá de servir al sabio” (Proverbios 11:29)
Cuántas cosas negativas hemos ido acumulando durante el año y vamos sumándolas a aquellas otras que por años han permanecido almacenadas en nuestro interior y quisiéramos sacar antes de llegar el día de Navidad, porque realmente, deseamos pasar unos felices días en compañía de nuestra familia, mas, puedo asegurarles, que será más fácil sumar otras tantas, que pedir perdón por todas las ofensas que hemos hecho a nuestro prójimo. Si hemos vivido en la inconformidad toda la vida y nos hemos acostumbrado a generar amargura, ¿cómo podría una celebración tan importante como el nacimiento del Salvador, hacernos cambiar de la noche a la mañana?
Seguramente en algunos lugares más que alegría habrá llanto, porque todo mundo llevamos con nosotros mismos un resentimiento, que justificado o no, se ha quedado grabado en el corazón, ocupando un espacio que requiere ser llenado por amor.
Un día, siendo estudiante, me encontraba sentado en una silla de una refresquería disfrutando con un par de amigos, la plática era agradable y surgían algunos comentarios jocosos que nos hacían reír, de pronto, una persona que se encontraba sentada en otra mesa detrás de mí, se levantó y empezó a golpearme, cuando dejó de hacerlo y pude levantarme de la mesa le pregunte: ¿Por qué me haces eso, qué mal te he hecho yo? el encolerizado joven me dijo que yo me estaba burlando de él. Moví mi cabeza para negarlo, lo miré a los ojos y le dije: Por lo que acabas de hacer habrás de arrepentirte muy pronto, pues soy inocente de lo que me acusas. Después no retiramos de aquel lugar; pasaron 2 meses y un día que iba caminando en soledad escuché a mis espaldas que alguien corría hacia mí, cuando el sujeto estaba ya muy cerca volteé a verlo y era la misma persona que me había agredido, se me quedó viendo y me dijo: Perdóname, no supe lo que hice. Fue tan sincero su arrepentimiento que le contesté: Ya no hay más culpa qué perdonar.
Antes de aquel día me preguntaba qué le habría hecho yo a esa persona; después del perdón, me sentí feliz de poder quitar de mi memoria aquel resentimiento que igual me estaba haciendo daño al recordarlo.
Si queremos realmente disfrutar la Navidad, perdonemos a quienes que nos ha ofendido o pidamos perdón a quien hayamos ofendido, de no hacerlo, yo les aseguro, que en la primera ocasión, al estar frente aquella persona habremos de nuevo revivir nuestro rencor y nos dejaremos llevar por el sentimiento negativo de la venganza.
Dios bendiga a nuestra familia, nos ilumine con su sabiduría y envíe al Espíritu Santo a sanar las heridas de nuestro corazón y que el mejor regalo que recibamos y que ofrezcamos a nuestro prójimo sea el perdón. Dios bendiga todos nuestros Domingos Familiares.
Correo electrónico:
enfoque_sbc@hotmail.com