“Se reviste de fuerza y de honra, y no le preocupa lo que pueda venir. Habla siempre con sabiduría, y su lengua se rige por la ley del amor. Siempre atenta a la marcha de su hogar, nunca come un pan que no se haya ganado. Sus hijos se levantan y la llaman dichosa; también su esposo la congratula: «Muchas mujeres han hecho el bien, pero tú las sobrepasas a todas.» La belleza es engañosa, y hueca la hermosura, pero la mujer que teme al Señor será alabada ¡Reconózcase lo que ha hecho con sus manos! ¡Sea alabada ante todos por sus logros! (Proverbios 31; Elogio a la mujer virtuosa).

Abre los ojos madre mía, para que reconozcas quién te habla, no se equivoquen tus palabras con tu llamado de misericordia. Abre tus ojos alma mía, y si me has de reconocer, veme entonces como el niño bueno al que solías arrullar en tu hermoso seno.

Veme siempre con tu mirada amorosa, para que todas mis impurezas salgan de mi alma, presurosas. Repite mi nombre una y otra vez, no dejes que la confusión te engañe, porque tu olvido por la vejez, hace que mi corazón te extrañe. Escucha madre mi llamado de amor por ti, tú que conoces todo mi ser, dame tu mano ángel mío para sentir el calor de tu esplendidez. Siente cómo el temor me invade cada vez que el viento hace a tu vida palidecer.

Tócame otra vez, hazlo de la cabeza a los pies, reconoce al tacto esta obra tuya, a quien no has dejado de querer. Búscame siempre en tu corazón amoroso, cuando la insidia te haga equivocadamente saber, que no estoy presente en tu vida, cuando mi vida es toda tuya. Mira a esta espina que forma parte de tu dolorosa corona de amor de madre, la que tiene la punta roma, al quebrarse al nacer, para no herir tu bendita piel. Amor de mis amores, mi Dios sabe cuánto te amo, jamás pienses que te he dejado de querer, si a veces no me ves, es porque estoy llorando.

Benita seas hoy y siempre madre, bendito Jesucristo mi padre y señor, por haberme concedido el honor, de haber sido hijo.

Bendice Señor a nuestra familia y bendice todos nuestros Domingos Familiares.

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