“Dichoso aquel varón que no se deja llevar de los consejos de los malos, ni se
detiene en el camino de los pecadores, ni se asienta en la cátedra pestilencial
de los libertinos; sino que tiene puesta toda su voluntad en la ley del Señor, y
está meditando en ella día y noche.” (Salmo 1:1-2)

Resulta muy necesario ver con los ojos del corazón, para apreciar las
maravillas que todos los días nos ofrece el Señor; quejarnos todo el tiempo
por aquello que nos causa desagrado sólo nos lleva a acrecentar nuestro
rechazo a la vida.

Ayer salí frustrado de mi trabajo, con mucha facilidad, los planes que se
establecen cambian por otra voluntad aferrada a una verdad que se concibe
como absoluta; he de reconocer, que me frustré, y con ello ocasioné una
serie de cambios químicos en mi cuerpo, que a la vez modificaron por unas
horas mi buen estado de ánimo; salí molesto del establecimiento donde
trabajo, pero al llegar al estacionamiento para subir al auto, escuché el
armonioso canto de un ave que estaba en una rama de un árbol en el área
verde del entorno y como por arte de magia se fue desvaneciendo mi
mortificación y con ello se restableció mi buen ánimo, este pequeño detalle
que parece insignificante, devolvió mi amor por la vida y mi deseo de
agradecer a Dios por todo lo bueno que he recibido de él. Con la ilusión de
disfrutar el inicio del fin de semana, llegué a mi casa, saludé a mi esposa
emulando los primeros días de nuestra vida matrimonial, comimos juntos y
en la sobre mesa planeamos el resto del día, haciéndonos la promesa de no
dejarnos influenciar por todo aquello que proviniera del exterior,
principalmente, de las peticiones de nuestros familiares para involucrarnos
en la solución de sus necesidades; y así fue, que nos dimos tiempo, para
disfrutar de unas horas de calidad como pareja.

Con el paso de los años, he estimado sobremanera el tiempo que María Elena
y yo pasamos juntos, y aunque a ella se le dificulta un poco considerar mis
propuestas para fortalecer nuestros lazos como pareja, pues pareciera que su
prioridad son sus hijos y sus nietos, yo seguiré insistiéndole que nunca es
tarde para prodigarnos atenciones mutuas.

“Así es que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios, pues ha unido, no
lo desuna el hombre.” (Mt. 19:6)

Dios bendiga a todos los matrimonios, a la familia y bendiga todos nuestros
Domingos Familiares.

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