“Carísimos, cuando Dios os prueba con el fuego de las tribulaciones, no lo extrañéis, como si os aconteciese una cosa muy extraordinaria; antes bien alegraos de ser participantes de la pasión de Jesu-Cristo, para que cuando se descubra su gloria, os gocéis también con él llenos de júbilo” ( 1 Pedro 4: 12-13).

Y la transformación de su ser se empezó a instalar, mas no era como Cristo lo deseaba, más bien, al pensar que el Señor la abandonaba, trató de luchar sola contra la adversidad, olvidándose de invocar su bendito nombre para pedir su ayuda; pero se repetía una y otra vez: ¿Para qué hablar con Jesucristo? ¿Apoco no ve lo que me está pasando? y si ve que estoy sufriendo ¿por qué no viene en mi auxilio? Él lo sabe todo, y seguramente sabe que soy de buen corazón, no soy una mala persona, ayudo a mi prójimo, ayudo a mi familia, ayudo a mis amigos, entonces ¿qué estoy haciendo mal? Esa noche se fue a dormir, se encontraba sola en su hogar y de pronto un malestar la despertó, y se dijo: ahí viene de nuevo, ¿Por qué me tuvo que pasar esto a mí? Se preparó unos remedios, pero todo fue inútil, no podía dormir del dolor, sí, era un dolor interno, situado en una parte de su cuerpo que tenía un significado especial, pero como suele ser, la mayoría de nosotros sólo pensamos en el dolor y no escuchamos lo que nuestro cuerpo nos quiere decir.

Mientras eso estaba ocurriendo, Jesús, que estaba cerca, compartía el dolor de aquella persona, y esperaba impacientemente escuchar su nombre para ir en su ayuda. Por fin la doliente pudo dormir un poco, y en eso, nuestro Señor, sabiendo que durante el sueño se abren puertas y ventanas para el espíritu, pudo llegar a ella y le dijo: ¿Qué te pasa hija, por qué te empeñas en sufrir tanto? Y ella contestó: ¿Eres tú? ¿Eres nuestro Señor Jesús? YO SOY, y estoy aquí para sanarte.

Pero he de decirte que no lo he hecho antes porque tú no has pedido que te sane; el dolor que tienes y te acompaña desde hace tiempo, no tiene su origen en ninguna parte de tu cuerpo, es tu espíritu el que está sufriendo y te habla de ello, y al no escucharlo, hace que te duela el cuerpo para que, entrando en un estado de paz espiritual, puedas escucharlo y puedas sanar. Recuerda cuando niña, eras feliz mientras no te dejaste influenciar por el entorno, y al entrar a estudiar, te dedicaste por años a competir con los demás para ser la mejor y lo lograste, pero dejaste de nutrir a tu espíritu con la paz que requiere, él te habló y no lo escuchaste, entonces te mandó una señal a través de tu estómago, recuerdo que el médico que te atendió, además del medicamento te recetó paz, bueno, he de reconocer que ese fui yo, lo dije de otra manera: Serena tu alma, reposa en el amor de la tranquilidad de tu familia y no te exijas más de lo que puedas, que en mi reino tienen estrada por igual los que llegan a tener muchos logros, como los que, teniendo sólo uno, y basándose en el amor, tendrán cabida.

Pero no escuchaste y más adelante tu espíritu te mandó otra señal, esta fue directamente a tu cabeza, pero a pesar de ellos seguiste adelante, después te habló a través de otros órganos, pero la intensidad de tus preocupaciones se incrementaba día a día, hasta que empezó a cambiarte el carácter, tu actitud de ser agradable y hermosa, se volvió amargada, belicosa, rencorosa y vengativa; mientras esto te pasaba tu espíritu prefirió hablarme directamente a mí, y yo le contesté que mientras tú no me pidieras ayuda, yo no podía hacer nada por ti; hoy estoy tan cerca de ti, porque escuché un débil lamento dirigido a mí, cuando despiertes de este sueño, me escucharás de nuevo, te parecerá que no soy yo, pero, como ya aprendiste a escuchar me reconocerás, porque mis palabras irán directamente a tu corazón, sentirás el poder de mi amor y empezarás a sanar.

Recuerda que siempre estaré aquí para ti, si me hablas serás escuchada, si me buscas me encontrarás y si pides recibirás.

Dios bendiga nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

enfoque_sbc@hotmail.com