No sé cuándo dejé de oírte y de sentirte, será que con los años nos empieza a importar más nuestro propio sentir, y aquella necesidad tan grande de tenerte cerca, así como nunca te tuve, se desvanece con la idea de saber que la distancia para alcanzarte se va haciendo más corta; será que lo que tanto anhelé no lo veo ahora con mis propios hijos, que desesperados buscan atender sus necesidades y donde el padre ha dejado de ser una de ellas, porque ahora les toca a ellos crecer y madurar como el padre ejemplar que tal vez nunca vieron en mí, o será que la vida es sólo, en ocasiones, un pase de página lento, otras rápido, donde nos damos tiempo de comprender lo que experimentamos, y otras veces sólo nos conformamos con pensar que estamos cumpliendo con la ley de la vida.

Hoy, después de varios años de no pensar en ti, de no sentirte, de no llorar, vienes y te plantas frente a mí, para que escuche tu voz, y así poder recordarte como te recordaba de niño, cuando anhelaba tus mimos, o te recordaba, aún más triste, cuando partiste sin despedirte de mí. Sé que me estas observando, que estás aquí, que estas llorando, como seguramente habrás llorado en silencio muchas veces, cuando arrepentido lamentabas tanto el ser así, un hombre en eterna búsqueda de sí mismo, castigándote, por no poder tener paz, por no haber disfrutado a tu gran familia; no pienses que te estoy juzgando, si en vida no lo hice, no lo podría hacer en estos momentos. Me duele sólo una cosa, que nos hayas quitada a cada uno de tus hijos una sola pieza, tu sabes cuál, aquella que es necesaria para encontrar la propia paz y nos haga vivir en armonía.

Toda familia necesita estar integrada, no es casualidad que haya tantos hogares desintegrados, no es fácil reconstruir la estructura de la misma, cuando falta uno de los pilares, no es fácil fortalecerse y crecer en el entorno de las ausencias. Muchas de las ovejas seguirán por caminos de amarguras y tormentas, cuando cegadas por el resentimiento, buscan afanosamente culpar a otros de su compulsiva obsesión de luchar contra sí mismos, generando a su paso envidia, odio, celos y discordias.

Quién si no Dios, es el que nos acerca o nos aleja, para que en ello podamos encontrar el verdadero camino, el del amor por sí mismo y por el prójimo, por el amor y la unidad de la familia.

Dios envíe al Espíritu Santo para auxiliarnos a encontrar lo que se nos ha perdido en el camino, para que juntos, así como llegamos a conocer el mundo, juntos lleguemos a conocer la gloria de la vida eterna.

Dios bendiga a todas las familias, las mantenga unidas en la armonía del amor; Dios bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

Correo electrónico:
enfoque_sbc@hotmail.com