“Con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándoos unos a otros con caridad, solícitos en conservar la unidad del espíritu con el vínculo de la paz, siendo un solo cuerpo y un solo espíritu, así como fuisteis llamados a una misma esperanza de vuestra vocación” (Ef. 4:2-4).
Un buen día, el Señor me encontró meditando, sentado en una gran roca de un cerro cercano a mis desilusiones; se acercó a mí y sin decir nada, se puso a observar lo que le ofrecía el panorama de aquel maravilloso valle cercano a mi alma, el viento soplaba del norte y su divino cabello se movía suavemente dejando ver aún más su bello rostro; mientras él veía al mundo, yo, extasiado, lo veía a él, esperando que me hablara, pues estaba seguro que conociendo el corazón de todos los hombres, conocía al mío, yo permanecí igualmente callado, entonces volteó lentamente su cabeza, dirigiendo su mirada hacia mí y mirando mi espíritu, le habló, así de suave como el viento, moviendo la fibras de mi corazón sediento de escuchar su palabra:
-Afligido estás y sé por qué, ¿acaso no sabes que todo lo que te pasa obedece a una causa que busca de ti una respuesta?
-Lo sé mi Señor, pero más que entender la causa, no comprendo la razón, pues no es por mí por lo que mi espíritu se mortifica.
-Si no es por ti, entonces ¿por quién? ¿Acaso no eres tú, en quien deposité la confianza para llevar a buen puerto mi barca? ¿Dónde está tu rebaño ahora? ¿Has ido a buscar a las ovejas que se han extraviado? ¿Por qué vienes hasta este cerro a sentarte en esta gran piedra? ¿A quién buscas?
-Te busco a ti mi Dios, mi salvador, busco el auxilio de tu fuerza y de tu palabra, para allegarme la sabiduría para saber cómo debo de conducir mi rebaño.
-Todas las ovejas de este rebaño son mías y ellas vienen a mí y a mí me toca llamarlas para que regresen; si acaso alguna piensa que está pedida, no lo está, sólo está siguiendo un camino para encontrarse con la verdad; no tengas miedo, yo cuidaré de ellas, como cuido de ti. Acaso el que más grita, lo hace por estar desesperado, pensando que está perdido, pero pronto habrá de darse cuenta, que donde hay verdadero amor, no se pierde nada, porque su corazón está conmigo, fortalecido por mi amor.
“Al modo que mi Padre me amó, así os he amado yo. Preservad en mi amor. Si observareis mis preceptos, perseverareis en mi amor; así como yo también he guardado los preceptos de mi Padre, y persevero en su amor. Estas cosas os he dicho, a fin de que observándolas fielmente os gocéis con el gozo mío, y vuestro gozo sea completo. El precepto mío es, que os améis unos a otros, como yo os he amado a vosotros” (Jn 15:9-12)
Dios bendiga a nuestra familia, bendiga y fortalezca los matrimonios, nos ayude a renunciar a nuestro egoísmo y estimule nuestra humildad para mantenernos firmes a sus preceptos. Dios bendiga todos nuestros Domingos Familiares.
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