Ya lo he dicho muchas veces la celebración de la misa, sobre todo la dominical, es celebrar el sacrificio de Jesucristo, y en ella se proclama la Palabra de Dios escrita en la Biblia.

Este domingo, el texto del Evangelio, Lc. 17:5-10, se compone de dos partes. En la primera se lee una palabra positiva, de aliento. La segunda, sin embargo, es amenazadora; parece que presenta a un amo sin sentimiento y a un esclavo que no recibe ningún reconocimiento por su fiel servicio: después de haber trabajado todo el día en el campo y de haber preparado y servido la comida del amo, ha de considerarse a sí mismo como un criado sin ningún mérito que sólo ha hecho lo que se suponía que debía hacer. El texto desconcierta, porque a todos les gusta que reconozcan lo que ha hecho.

Por otra parte, la fe no se puede reducir a una actitud positiva delante de la vida o a un sentido de autoconfianza. Si así fuera, entonces se hablaría en términos cuantitativos de más o de menos; pero en el Evangelio la fe siempre tiene relación con Dios y con las acciones de Dios en Jesús.

No se refiere a lo que los humanos hacen o no hacen, sino a lo que el poder de Dios hace. La fe es la obertura al poder de Dios, por eso puede ser comparada con algo tan minúsculo como el grano de mostaza e, incluso así, realizar cosas prodigiosas. El sentido remite a la necesaria presencia de una fe receptiva y confiada.

La parábola invita a identificarse con el amo del criado y a contemplar lo que sería la actitud normal hacia éste, cuando vuelve del campo. Todo indica que ésto es lo que todos esperan que haga: preparar la comida y servirla al amo. Pero el último versículo hace un cambio de perspectiva: invita a los oyentes de la parábola a identificarse con el criado. El punto de interés se encuentra no en la manera con la que el amor trata al sirviente, sino en cómo el sirviente entiende su tarea.
La historia recuerda que el lugar del ser humano y, también que es muy fácil situarse allí donde no corresponde: Dios es Dios y los seres humanos son las criaturas de Dios, ni más ni menos. Pero, sutilmente, el orden puede ser cambiado, casi sin darse cuenta. Es el caso del Génesis 3:5: “serán como Dios”.
En el texto del Evangelio de este domingo, se escucha que los apóstoles le dijeron a Jesús: “Auméntanos la fe”.

Cuando los católicos fueron bautizados, los papás y padrinos recibieron en representación del bautizado una vela encendida, que simboliza el don de la fe que Dios les concedía.

Eso recuerda que los bautizados tienen una misión: comunicar la fe en Jesucristo a los demás, de palabra y de obra. Nadie está exento de eso.

Se puede orar con palabras del Salmo 94: “Señor que no seamos sordos a tu voz. Vengan y puestos de rodillas, adoremos y bendigamos al Señor, que nos hizo, pues él es nuestro Dios y nosotros, su pueblo; él es nuestro pastor y nosotros, sus ovejas”.

Que el Buen Padre les conceda su amor su paz y los acompañe siempre.