Algunos de ustedes, mis estimados lectores, sabrán que soy médico de profesión, de ahí que, en algunas ocasiones, abordé algunos temas sobre la importancia de la relación médico-paciente, para establecer una buena comunicación y se obtenga una mejor calidad de atención; pues bien, es un factor que siempre he considerado prioritario en mi práctica médica.
Lo anterior viene a colación, por el hecho de que cuando ocurren acontecimientos que amenazan la salud de los menores, son las abuelas las primeras promotoras de la aplicación de medidas preventivas para evitar daños a la salud de sus nietos, así es que, el presente evento epidemiológico de gran significancia para la salud pública, alertó que los más afectados podrían ser los niños y los adultos mayores; ellas sin pensarlo dos veces se aprestan a evitar que el ya famoso coronavirus afecte a sus consentidos.
Hoy al llegar a mi hogar, procedente de mi trabajo, me encontré con un riguroso protocolo de acciones preventivas, que me dejó sorprendido como salubrista, pues ni en mi centro laboral se tiene acceso a este tipo de medidas sanitarias; para empezar, recibí una advertencia de mi esposa antes de llegar a la puerta de entrada: Deja tu maletín y lonchera en la caja de un material especial que está dispuesta a dos metros de la puerta, este recipiente ha sido preparado con anticipación con una mezcla de soluciones antivirales aprobados por la OMS; un metro adelante, encontrarás unas toallas de mano que igual contienen una solución desinfectante, pero antes de utilizarlas deberás de quitarte los zapatos, mismos que depositarás en un recipiente que tiene una solución para que las suelas queden esterilizadas, la solución contiene una mezcla de hipoclorito de sodio y agua en la proporción que recomiendan las autoridades de Salud, una vez que hayas limpiado tus manos mínimo por 20 segundos con el gel antibacteriano y antiviral, retírate la camisa y déjala en un recipiente hermético para que se traslade a la lavandería, ahí la espera una solución de un suavizante conocido de ropa.
Pasa después al lavabo y lávate la cara y los antebrazos como si fueras a entrar a una cirugía de trasplante de corazón.
Como mi mujer notó que empezaba a no estar de acuerdo, me advirtió que de no hacerlo no podría pasar a la mesa a comer, mucho menos a recostarme en la cama, misma que estaba ya preparada con sábanas desechables elaboradas por tejido vegetal de Echinacea; en ese momento le pregunté que de donde había sacado esa información y me dice de un artículo publicado en la revista Virus Research presentado en el XI Congreso de Fitoterapia Cd. de Oviedo; me dejó con la boca abierta, preguntándome cómo era posible que una sencilla ama de casa se convirtiera de pronto en un experta en medicina preventiva, y ella pareciendo leerme la mente me dijo: El amor de una abuela obra maravillas.
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